Las redes sociales se han convertido en la principal fuente de información de la gran mayoría. Irónicamente tenemos más confianza en lo que nos indica un mensaje llegado de quién sabe dónde y escrito por quién sabe quién que en la prensa escrita, hablada o televisada, argumentando que estas últimas son poco confiables. Damos por cierto lo que llega sin cotejarlo, parece un automatismo en el que nuestro dedo busca el “enviar a todos” si aquello concuerda con lo que creemos o si consideramos que es importante que los demás lo conozcan. No reflexionamos, no contrastamos la información, no buscamos verificar si hay algo de verdad. Cualquier información sin sustento alguno puede volverse rápidamente “viral” a una velocidad inimaginable.

WhatsApp, Facebook, Twitter y todo lo que tal vez ya exista y aún desconozco, se han vuelto fuentes infinitas de informaciones graciosas, chismes y, sobre todo, violentas, tristes o alarmantes. El reciente brote del coronavirus es un buen ejemplo de cómo el pánico se apodera de todos y cómo, a través de redes sociales, se propagan informaciones sin veracidad. Supuestos médicos brindando pócimas poderosas para protegerse del virus; una serie de artilugios para evitar infectarnos; alarmantes cifras de muertos supuestamente ocultadas por autoridades para no crear más alarma.

Si nos detuviéramos a buscar y contrastar información, veríamos que los coronavirus han estado con nosotros desde siempre; varias de las gripes que nos han afectado alguna vez han sido ocasionadas por estos pequeñísimos virus. Luego de una o dos semanas la mayoría de afectados se recupera, sin embargo, grupos vulnerables como niños pequeños, personas mayores o aquejadas de alguna otra enfermedad pueden tener complicaciones, como neumonía o la muerte. Cuando nos llega un mensaje que indica que hay gente que muere por la infección del nuevo coronavirus recientemente detectado, no estamos conscientes de que miles de personas mueren anualmente a causa de influenzas estacionales ocasionadas por otros coronavirus. Lo importante es mantener la calma y evaluar la fuente de la información que recibamos.

El caso del coronavirus es solo un ejemplo de las tantas y tantas otras informaciones que digerimos cada día y que nos llenan de temor, inseguridad, desconfianza. Temprano en la mañana nos desayunamos terror y sangre para al finalizar el día cerrarlo con lo mismo. Mensajes y videos mostrándonos un accidente, robo o agresión que observamos con una morbosa curiosidad y que lógicamente distribuiremos a otros para compartir nuestros miedos, logran llenarnos de negatividad.

Me dirán que es necesario estar informado, respondería que depende. Muchas veces me cuestiono sobre la utilidad de cierta información. Hay una cultura del miedo que parece impregnarse en el ambiente, en nuestras conversaciones de amigos, de familia, de trabajo.

Equivocadamente tal vez, prefiero buscar lo positivo, prefiero creer que hay más gente buena buscando el bien de otros; que si bien podemos analizar lo negativo debemos hacerlo desde lo positivo, desde la construcción, desde buscar la estrategia que permita contribuir a encontrar soluciones. La valentía no está en no tener miedo, radica en vencerlo y avanzar impidiendo que nos inmovilice, porque entonces sí no habrá vuelta atrás, entonces sí nos vencerá. (O)