A propósito de lo señalado por el presidente de la Conaie en el sentido de que es el segundo presidente del Ecuador, declaración que trajo consigo una serie de comentarios y conjeturas, sugiero de forma respetuosa profundizar en el estudio de nuestra historia, rescatando el espíritu shyri y quizás tratando de comprender a la dinastía Duchicela, la cual luego de la muerte de Atahualpa se creyó con derecho, de acuerdo a lo que señala Ernesto Salazar, a reclamar la línea directa de parentesco con Atahualpa y, por ende, de recoger la bandera imperial.
La historia, por más controversial que parezca, resulta sugestiva, pues si bien algunos historiadores argumentan que el linaje proviene del matrimonio de Huayna Cápac con la princesa Paccha (de origen puruhá), se sostiene también que la dinastía Duchicela tuvo aparentemente un parentesco directo con Atahualpa, toda vez que entre sus numerosos vástagos se encontraba Huallca Cápac, conocido también como Inga Rocca, hijo de Mama Ocllo-Cori Duchicela, quien llevaría el título de Duchicela XVIII y a partir de él hasta el emperador Luis Felipe Atahualpa Huaraca Duchicela Santa Cruz XXVIII, citando episodios singulares como el de Chasca Duchicela XIX quien se unió con Huanapi, princesa india de la tribu Delaware a fines del siglo XVI. Cabe anotar que el último emperador de los Duchicela, Luis Felipe Atahualpa Huaraca Duchicela Santa Cruz XXVIII, fue designado durante la presidencia de Sixto Durán-Ballén como secretario nacional de Asuntos Indígenas, lo que trajo fuertes críticas en el sentido de que el exmandatario simplemente estaba reconociendo “una leyenda, un conjunto de danzas, una vestimenta hecha de plumas de aves muertas en pleno tiempo ecológico”.
Salazar sostiene que “los Duchicela se revelan como una dinastía de papel, sin logros ni motivos, y lo que es peor, sin una ideología indígena que les dé lugar en la historia”, lo cual es cierto, pero eso no impide recordar que la pertenencia al linaje real como elemento de autoridad podría perdurar en la imaginación de ciertos dirigentes que añoran, más allá de mitos y fábulas, el proyecto imperial con la figura del monarca con poder, grandeza y arrogancia. Claro está que esa posibilidad no consentida no tiene nada que ver con la realidad de la respetable estructura y capacidad de movilización del movimiento indígena, pero una cosa es el movimiento como tal y otra, muy distinta, algunos de sus dirigentes; como es usual, la historia es generosa con los ejemplos.
En relación con lo aseverado por el presidente de la Conaie de que es el segundo presidente del Ecuador, Marlon Santi, coordinador nacional de Pachakutik, expresó que lo dicho son “expresiones temperamentales que salen de la línea de un representante”, pero ciertamente no desencajan en el pensamiento de un dirigente que, como Vargas, se siente más allá del bien y del mal, adueñado de una cosmovisión que le permite exhortar públicamente el derrocamiento de un presidente constitucional, la creación de un ejército propio y ahora último sentirse el segundo gobernante del país. Y monarca del antiguo territorio del Reino de Quito, ¿por qué no? (O)