En el evangelio según san Marcos, capítulo 12, versículos 30-31, leemos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

¿Será posible? Como suele ocurrir en el género humano, unas personas podrán y otras no podrán, incluso porque no querrán.

Como podrá usted apreciar, en el enunciado transcrito no hay excepciones, que podrían eximir de su cumplimiento.

Todo lo contrario, universaliza de tal manera, que no hay modo de regatear excepción alguna.

Ante la posibilidad de que tal regla de conducta sea aceptada y practicada por todas las personas, cabe estremecerse… ¡Qué diferente sería la humanidad!

Es que nos queremos tanto y, por lo mismo, nos preferimos tanto…

Porque no hay que olvidar que amar es preferir.

Sí, preferir a la otra persona, como lo comprueban las obras de amor que nos prodigan y prodigamos diariamente, a veces venciendo conscientemente nuestro egoísmo natural.

Sí, esas que suelen pasar desapercibidas porque quienes las reciben presumen que son obligatorias o exigibles.

Creo que si supiéramos reconocerlas, cuando nos las prodigan, otro sería nuestra actitud y comportamiento social.

Me parece que podemos sentimos acreedores de favores y atenciones, al tiempo que no estamos dispuestos a realizar otro tanto, ni cosa parecida, al menos en compensación.

¿Cuándo y cómo aprendimos a pensar y sentir que debemos ser servidos y no servir, a ser amados y no a amar?

¿Alguien nos lo enseñó o aconsejó? ¿Lo vimos en otras personas y nos pareció de utilidad copiarlo y asumirlo como modo de vida?

¡Qué bonito sería escuchar o leer testimonios que confirmen o rebatan lo afirmado!

Pero, ¡qué difícil es abrir el corazón y expresar, a otras personas, a plenitud y con total sinceridad lo que pensamos y sentimos en lo profundo de nuestro ser.

Es difícil mostrarse por entero porque no siendo nadie perfecto procuramos siempre expresar y mostrar lo positivo de nosotros y ocultar lo negativo.

¿Cree usted que es equivocada esta última conclusión? Por qué?

Me parece que, por regla general y, por tanto, admitiendo excepciones, pocas personas que aspiran a liderazgos generan la confianza necesaria para conquistar voluntades que se sumen a su empeño y se pongan a su lado para ayudarlos en el afán de alcanzar las metas que propone.

¿Ocurre lo mismo en las familias, en los barrios, en las comunidades, en los sindicatos y comités de empresa, en los clubes, en los colegios profesionales, en los grupos de reflexión teológica o cívica?

¿Nuestras poblaciones tienen buenos y malos ejemplos de liderazgos en los que prima la preocupación sincera por los demás?

¿Saben distinguirlos? ¿Están desorientadas?

¿Conviene aprender a distinguir el amor a los demás, que se prueba con la conducta siempre apropiada y comenzar dando buen ejemplo?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)