La renuncia del eximio sumo pontífice Benedicto XVI renueva a los miembros de la comunidad cristiana la enseñanza de Cristo, según la que reinar es servir: “Ya no tengo capacidad suficiente para ejercer este ministerio”.
Esta enseñanza fue percibida con claridad en los primeros siglos: el papa Clemente I (88-97), condenado al exilio por el emperador romano, renunció; el papa Ponciano renunció en 940; renunciaron los papas Juan XVIII y el papa Celestino V. Celestino renunció en 1294, para vivir como ermitaño. Sobre estas renuncias cayó el polvo del olvido.
Se había fomentado en algunos países la imagen de obispo como esposo de la diócesis. Hay entre la relación del obispo con la diócesis algunos elementos similares a los de esposo y esposa; pero hay diferencias. El Concilio Vaticano II, al tiempo que devolvió la lozanía a la imagen del obispo, limitó el ejercicio generalmente a los 75 años.
El secular semiolvido de las antes citadas renuncias ha permitido que surja la idea de que los obispos, en especial el obispo de Roma, son vitalicios.
Por benevolencia del cardenal De la Torre y posteriormente del arzobispo César Antonio Mosquera Corral, presidentes de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, serví a los obispos ecuatorianos desde las sesiones preparatorias, en las que participó el cardenal, hasta el final de la cuarta etapa del Concilio Vaticano II.
Además de la renuncia, un tema anecdótico del Concilio fue el límite de edad. Lo recuerdo, porque recobra actualidad.
La diócesis no es mi propiedad. Hablar de mi diócesis es ambiguo. Algunos obispos provocaron en el aula la risa de muchos, comentando jocosamente la comparación de la unión del obispo y “su” diócesis con la unión matrimonial. Si las dos uniones son comparables, se podría afirmar que en esta aula conciliar hay numerosos bígamos; pues algunos obispos presentes han ejercitado su ministerio episcopal en dos y hasta en tres diócesis. Esposo como servidor, que busca el bien de la persona amada, sí. Esposo como dueño, que usa los bienes en su propio beneficio, no.
Hay buenos esposos viejos; el servicio duro ha de seguir encomendado a quienes conservan en plenitud sus energías. Pío XII borró el polvo caído sobre la imagen de obispo, como si fuera servidor vitalicio, escribiendo, ante el peligro de ser tomado prisionero por nazis, su renuncia, para que esta sea efectiva si el peligro se realizara. Los obispos del Concilio Vaticano II fijaron la mirada en la Iglesia integrada por los doce apóstoles, seguidores de Cristo, participantes de su vida y encargados de continuar su misión en el mundo. Uno de ellos, Pedro, recibió la tarea de guiarlos y mantenerlos unidos y vitales.
Los “padres conciliares” confirmaron la verdad fundamental, según la que la ordenación episcopal hace servidores, quienes reciben la experiencia de seguimiento a Cristo. A Cristo se le sigue caminando y caminando en caravana, a través de la historia. (O)