La administración pública es un sistema que permite el desarrollo de políticas para la gobernanza. Esta ha existido inclusive en las civilizaciones más antiguas, como la egipcia y griega. Se han encontrado registros de cómo estas organizaban los asuntos públicos por medio de una institución.
Luego, Roma empieza a desarrollar un sistema más sofisticado, en el que se establecen jerarquías administrativas para justicia, finanzas, impuestos, relaciones exteriores, asuntos internos y militares. Cada una de las jerarquías tenían a la cabeza a un oficial de Estado y muchas de estas prácticas se mantuvieron hasta el Imperio bizantino.
Dando un gran salto en la historia, se puede establecer que el desarrollo real de la administración pública se dio a partir del periodo medieval. Es precisamente a partir del siglo XIII que las responsabilidades domésticas de la monarquía se dividen de las concernientes a las de la administración del Estado. Es así como además de las cortes, se crearon cuerpos ministeriales y se comienza a entender el principio de la meritocracia.
Prusia no debe pasar desapercibida, ya que es la civilización que sentó los cimientos de la administración pública moderna durante los siglos XVII-XVIII. Ahí se lograron eliminar los privilegios feudales de la aristocracia y se desarrolló un cuerpo de servidores públicos civiles. Más importante aún es que crearon el Código General de 1794 que estableció los principio del servidor público.
Francia también tuvo un rol estelar para la profesionalización de la Administración Pública. La Revolución francesa de 1789 acabó con la monarquía e instauró la tan ansiada República. Esto produjo, entre otras cosas, que los servidores públicos dejaran de ser del rey y pasaran a ser del Estado.
Napoleón Bonaparte, uno de los personajes más controversiales de la historia, creó el Código Civil de Francia y, por ende, teorizó la práctica del quehacer público. Emperador de los franceses, quien a pesar de ser recordado como un cruel déspota ilustrado, demostró que su perseverancia lo llevaría a alcanzar el poder político no solo de Francia, sino de casi toda Europa Occidental y Central por más de una década. Alcanzó muchas victorias militares, pero la batalla de Waterloo lo sepultó y finalmente fue desterrado a la isla británica de Santa Elena, donde murió.
A pesar de esto, su legado demuestra la vehemencia con la que intentó engrandecer a Francia. Bajo su imperio acogió la burocratización, creó un sistema de organización del servicio público similar al de las organizaciones militares, ya que naturalmente no podría olvidar su formación profesional. Estableció una cadena de mando clara y dividió el territorio en nuevas unidades administrativas, como lo son los famosos departements, arrondissements y communes. Francia definitivamente revolucionó la gestión pública, a tal punto que otros países copiaron su modelo.
Los retos actuales no deben ser resueltos creando nuevas fórmulas de administración pública. Valdría la pena revisar la historia y reconocer cómo las civilizaciones antiguas lograron mantener el poder y desarrollarse económica y socialmente. (O)