Luego de los festejos de fin de año y habiendo quedado las playas de Salinas reducidas a un virtual chiquero, es posible volver a cuestionarse respecto de ciertas costumbres de los ecuatorianos como miembros de una sociedad, mencionando de forma específica la falta de aseo y suciedad que podrían formar parte de rezagos culturales que influyen en una idiosincrasia de la cual pocos toman conciencia, a fin de cuentas cualquier sociedad es sensible cuando se le imputan malos hábitos, peor aún bajo la idea de que “en el Ecuador la limpieza no fue de ninguna manera un valor respetado y apreciado”.
Fue el expresidente Osvaldo Hurtado quien, en su obra Las costumbres de los ecuatorianos, hizo mención a la suciedad generalizada y a la penosa impresión que esta causaba en muchos extranjeros cuando recorrían el país hace algunas décadas; así por ejemplo, Hurtado señala que a principios del siglo pasado la suciedad del país, “al menos en la Sierra, superaba todo lo que uno podía imaginar”, añade que “no solo el desaseo de los cuerpos y vestidos dejaba que desear, sino también el de las habitaciones, ya que existía la costumbre de barrerlas en seco y escupir en el suelo”; tratándose de Guayaquil, cita la observación de Edwin Kemmerer, quien dirigió una serie de propuestas de remodelación de los sistemas monetarios, bancarios y fiscales en varios países latinoamericanos, entre ellos Ecuador, allá por el año 1926, señalando que Kemmerer se había sorprendido de ver la suciedad y el atraso del lugar, “mayor que cualquier otra ciudad que haya visitado”, a tal punto que otro viajero escribió que “la suciedad es cultivada con amor y perseverancia”.
¿Es posible, por lo tanto, afirmar que la suciedad y el desaseo que se hicieron visibles de forma denigrante en las playas de Salinas forman parte de modalidades de comportamientos propias del pasado y que de una u otra manera siguen presentes como aberraciones culturales? En ese mismo sentido, resulta interesante recordar lo que pasó hace algunos años cuando se dio el masivo éxodo a España y la colonia de ecuatorianos empezó a reunirse en el parque madrileño de El Retiro, causando una serie de molestias de carácter sanitario, a tal punto que las autoridades decidieron prohibir ese tipo de reuniones en el parque, ya que más allá de las ventas ambulantes de comida y bebida, determinaron que el descontrol afectaba la tranquilidad y ornato del lugar. Obviamente luego de años de asimilación, la colonia ecuatoriana se ha despojado de esa falta de urbanismo que se le atribuía, lo cual ayuda también a comprender cómo las costumbres pueden ir evolucionando si las condiciones así lo exigen y lo permiten.
Hay muchas soluciones para educar a una sociedad, instrucción de normas elementales de higiene, campañas de prevención, etc., pero ninguna más efectiva que la aplicación de multas y más multas, citando el caso de Singapur que se convirtió en la ciudad más limpia de Asia utilizando las multas como método de control social, por ejemplo: si alguien bota colillas a la calle, se le impone una multa de $2000 la primera vez, $4000 la segunda y $10 000 en adelante. Quizás suene excesivo, pero posiblemente ha llegado el momento de convencernos de que más allá de cualquier campaña educativa, solo una cultura de multas evitará una degradación tan obscena como la que soportó Salinas en el último feriado. (O)