Una de las actitudes más eficientes a la hora de buscar aunar voluntades favorables es la de hacerse ver como víctima. La primera fórmula es la de la piel, que pasa a convertirse en un factor identitario que dispara las más inverosímiles interpretaciones, como las esgrimidas por Evo Morales desde su exilio en México. Ahí el exiliado ha repetido una y otra vez el guion escrito por su exvicepresidente García Linera, un mestizo marxista, que lo persiguen por “ser indio”. En realidad, el argumento resulta bastante tonto porque cómo fundamentaría que con esa condición haya podido gobernar casi 14 años siendo bastante popular en varios comicios hasta que decidió desoír la voluntad popular de indios y mestizos. Claro, esto último no queda bien asumirlo y entonces se esgrime el argumento del racismo que siempre encuentra eco en América Latina y mucho más en México, donde pasa su exilio dorado y donde todavía la conversación histórica se divide en malinchistas y antimalinchistas.
En realidad, la cuestión indígena es un tema reivindicado por Morales al punto que cambió el nombre de su país por el del “estado plurinacional” donde se integraban diferentes etnias, algunas con menos de 100 miembros y otras, como la guaraní, de la que soy tributario en Paraguay y cuya lengua hablo, escribo y leo, aunque luzco muy poco indígena. Como mi país es uno de los pocos casi completamente bilingüe, no estamos familiarizados con este tema del que incluso al propio Morales, aymara descendiente, le cuestionaban el no hablar su lengua indígena. Es evidente que este es un tema que vende más afuera que adentro y que la cuestión no ha sido asumida como tal en su Bolivia natal, donde más de la mitad del país se cansó de un mandatario que tenía un proyecto autoritario. Esto no es de recibo entre indígenas o mestizos, como le hicieron recordar varias veces, solo que nunca acusó recibo hasta que lo forzaron a renunciar. El único responsable de lo que pasó en Bolivia es Evo Morales y, por supuesto, en su exilio buscará diferentes recursos para justificar su abandono del poder. Hay cuestiones simpáticas que quedan de sus humoradas, como aquella que decía que en “Bolivia no hay golpes de Estado porque no tenemos embajada de los EE. UU.” o aquella de que los que “comen mucho pollo desarrollan pérdida de pelo y homosexualidad”. Claro, eran tiempos de disfrutar de un poder con más del 60 % del beneplácito popular sostenido en los buenos precios de sus materias primas a nivel mundial.
Ahora no hay margen para las salidas humorísticas y queda el argumento del racismo que, a poco de recordar los mexicanos los 200 años de su proclamación de independencia y con una nación con presencia indígena muy poco referenciada y escasamente asumida, encuentra eco entre los adherentes de su hospedador, Andrés Manuel López Obrador, y su discurso nacionalista. En esto se parece a Trump y la reivindicacion de los wasp (blanco, anglosajón y protestante, en inglés) que rechaza a los 15 millones de mexicanos que habitan su territorio. Es un mal consejo el racismo, y la historia del mundo tiene sobrados ejemplos de muertes y persecuciones que se hicieron y se hacen en su nombre.
El problema de Bolivia no tiene que ver con el color de la piel, como lo dice Evo Morales, sino con la violación del mandato popular con prepotencia y alevosía que ha sumido en un caos a su país y dejando maltrecho su legado. Es así de simple.