La grave crisis política en Chile y Bolivia requiere una mirada realista, pero por sobre todo positiva y relevante para sus habitantes. Ambos países, signados por un destino histórico desde la guerra del Pacífico, y con gobiernos de diferentes signos políticos, tienen hoy a la ciudadanía levantada en las calles por razones distintas pero con necesidades iguales. Ambos gobiernos tienen que reconocer la realidad y hacer concesiones. Los chilenos han mostrado con evidencia clara que progreso no es igual a desarrollo, que no es suficiente con tener más si no se reparte correctamente la riqueza; y, en el caso boliviano, tras la renuncia de su presidente, Evo Morales, que el mandato del pueblo no puede ser sujeto de interpretaciones judiciales aviesas primero, y con sospechas de fraude después. En el primer caso, se requería una mirada y acción más sostenidas en la equidad; y en el segundo, en el mandato de una ciudadanía que ha llegado al hartazgo de un gobierno con más de trece años en el poder. Ambos, deben brindar concesiones basadas en una profunda toma de conciencia de la realidad.
No les será fácil a ambos países. A los chilenos les puede resultar la idea de pacificar al país sobre la base de la convocatoria a una Constituyente, como lo acaba de plantear Piñera. Finalmente el recurso siempre ha dado resultado porque en esta parte del mundo creemos que el problema siempre es la Carta Magna y que si la cambiamos, por arte de magia todo se mejorará. La actual fue redactada por Pinochet, y no parece mala idea diseñar una nueva página basada en el futuro de esa nación trasandina. Ya el propio Piñera había hablado de la cantidad excesiva de parlamentarios y sugerido su reducción. Pero, reitero, las cuestiones de fondo de la economía y por sobre todo la desigualdad no se acaban con frotar la lámpara de la Constitución. Hay que ir más a fondo y tendría que verse cuánto consenso tienen los sectores que controlan la economía en brindar concesiones. El hombre más rico de ese país, Andrónico Luksic, ha prometido que desde enero ninguno de sus miles de empleados ganará menos de mil dólares mensuales. El magnate, entre otras cosas, es dueño de una de las cadenas de supermercados más populares del país.
Para los bolivianos la cosa es más complicada. Es un país con menos institucionalidad y con el agravante que cuando el referendum popular le dijo que no lo querían a Evo Morales por otro periodo, en el 2016, este manipuló a la Corte Suprema para interpretar que impedirlo sería “afectar severamente sus derechos humanos”. Solo este antecedente podría haber sido suficiente para impedir la crisis en la que se encuentra el país. Con la profunda desconfianza hacia el tribunal electoral, que detiene el conteo rápido de los comicios cuando los números señalaban una tendencia para que Evo Morales vaya a segunda vuelta con el opositor Carlos de Mesa, y al día siguiente el resultado final se mostró favorable al mandatario en funciones con menos del 1% de diferencia, se tienen los ingredientes para invalidar unos comicios donde sobrevuelan los fantasmas del fraude. Esas condiciones de profundas sospechas hacen que la ingobernabilidad sea la conclusión natural de esta crisis. Tras la renuncia de Morales y capitulación ante la presión popular estamos lejos de visualizar una salida pacífica y ordenada a la crisis que desató la ambición desmesurada de poder del expresidente.
En ambos casos, los gobernantes hablaron de teorías conspirativas. En Chile, de que son apoyados los manifestantes por Maduro y el grupo de Puebla; y en el caso de Bolivia, de fuerzas reaccionarias de derecha lideradas por Estados Unidos. En verdad, en ambas circunstancias ese recurso solo les impide asumir el problema de fondo y resulta en una teoría distractiva que no analiza de fondo el problema real.
En Chile hay que concentrar los esfuerzos en trabajar desde ya en una mayor igualdad; y en Bolivia, en respetar la voluntad del pueblo y construir instituciones democráticas reales. Ambas circunstancias demandan concesiones que habría que ver si están dispuestos los gobernantes a realizar. No hacerlo, sin embargo, es profundizar la crisis. (O)