Perdida la tradición de señeras y frecuentes revistas literarias en nuestro medio, se recibe con alegría cualquier iniciativa que nos ponga en las manos ese trabajo de mirada situada y actual sobre un quehacer artístico, que nos regale diversidad y solidez crítica en la amplitud de miras que permite esta clase de publicaciones.
El núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura, bajo la dirección de Fernando Naranjo, recupera la vigorosa tradición de revistas guayaquileñas con, a la fecha, cinco números de Cuadernos de la Casa, de vistoso diseño y ambiciosa temática por su variedad y proximidad con los puntos nucleares de las preocupaciones artísticas que nos agitan a comienzos de este siglo, en los que se combinan tradiciones y prácticas renovadas.
Reviso el número 5, presentado oportunamente en el mes del centenario de la muerte de Medardo Ángel Silva y dedicado en su totalidad a conmemorar esa fecha a base de todos los datos que se pueden recabar desde diferentes perspectivas sobre el hecho trágico en sí, y sobre la obra del escritor, en general. Tanto se ha escrito al respecto que su contenido se toma el riesgo de ser repetitivo, pero lo cruza y entrega novedades, por ejemplo, Fernando Balseca insiste en alejar la imagen de evasivo y fantasioso del poeta al declarar que “Silva tenía opiniones formadas acerca de cómo se iba desarrollando Guayaquil”; María Paulina Briones explora la presencia de las mujeres que escribieron en el tiempo de los Decapitados y jamás son incluidas en las visiones de la época.
También da cabida a textos imaginarios como el de Sonia Manzano, quien le da voz a Rosa Amada Villegas para contar los incidentes de su relación con el poeta y la noche de la muerte; o la hipótesis de Manuel Capella que nos conduce a ver al bardo del Guayas con mirada de hoy al considerarlo un freak, cultivador voluntario de la extravagancia y la rareza.
A ratos he entrado en duda de mis propios conocimientos (y eso es bueno): ¿Arturo Borja se suicidó o no, en Quito, mucho antes que Silva? ¿Fue Ernesto Noboa quien sí se introdujo en la vena –como un personaje de Medardo en uno de sus cuentecillos– una ampolla de morfina con intención de morir? La revista tiene material para disparar las curiosidades por muchos lados. Aporta el seguimiento a los ecos musicales de la poesía de nuestro autor: un serio estudio de ‘La música académica a inicios del siglo XX’, escrito por Freddy Torres Cordero y un análisis de la composición del maestro Gerardo Guevara sobre el poema Se va con algo mío, de parte de la compositora Blanca Layana.
En un lado útil, nos lleva a lamentar los proverbiales descuidos de las autoridades de nuestra ciudad que nos hacen perder las huellas de seres valiosos (otros países tiene domicilios de artistas convertidos en museos y centros de evocación): los inmuebles del paso del poeta están convertidos en otra cosa o ni siquiera se pueden ubicar.
En algún momento, algunos errores tipográficos han enturbiado mi lectura. Lamento que se dé la imagen de que los dos cuentos incluidos de Silva parezcan parte de la novela María Jesús, cuando son textos independientes. Lo bueno será que tengamos Cuadernos de la Casa para largo. (O)