De todas las actividades productivas, la agropecuaria guarda mayor grado de dificultad debido a que trabaja con seres vivos, y estos son susceptibles a la interacción con el medio ambiente; pero también es mayor el beneficio que multiplica, permitiéndonos tener en nuestra mesa los alimentos necesarios para el día a día. Lamentablemente las prácticas agropecuarias han perdido rentabilidad y el sector se desespera entre la debacle económica que lo agobia y la inoperancia de los gobiernos, que no atinan siquiera a esclarecer las causas del problema, menos aún encontrar soluciones.

El agricultor debería ganar más, es cierto, pero entre las fuerzas de la oferta y la demanda no se gana más vendiendo a mayor precio, sino gastando menos en el proceso y produciendo más. El caso del arroz es un buen ejemplo para graficar esta sentencia, porque podemos identificar el conflicto y corregirlo maniobrando y reordenando los mismos factores que lo causaron.

Nuestros arroceros manejan promedios de $ 1.200 como costo por hectárea y 50 quintales por cosecha en la misma unidad de superficie, arrojando un costo de $ 24 por cada quintal. Si se les pagara $ 32 como ellos aspiran, su utilidad sería de $ 8 por quintal y $ 400 por hectárea. Ahora bien, el precio internacional promedia apenas $ 22,5 por quintal, por eso, pagarle al productor esos $ 32 nos dejaría fuera del mercado internacional, y peor aún, seguiría estimulando el contrabando desde nuestros vecinos, donde cuesta menos producir.

Si el costo por hectárea depende del valor de los insumos y labores agrícolas, y el costo unitario por quintal deriva de la productividad, tendremos que revisar las cargas tributarias y demás gravámenes sobre la importación, así como los niveles de utilidad que se arrogan las empresas importadoras; pero especialmente debemos mejorar la productividad, incorporando tecnología, financiamiento bancario, extensión agropecuaria, desarrollo y calificación de semilla, entre otros.

Reduciendo el costo de producción en apenas un 10%, obtendríamos $ 1.080 por hectárea, e incrementando la productividad en solo un 50% alcanzaríamos los 75 quintales, entonces el costo unitario se reduciría a $ 14. Sumándole $ 6 como utilidad para el productor, el precio a pagar por el quintal llegaría a $ 20 y la utilidad por hectárea se incrementaría a $ 450. Consecuentemente, reducir los costos y aumentar la productividad disminuyen el precio de venta por unidad y la utilidad por quintal, pero incrementan la ganancia final para el campesino y el posicionamiento de nuestro producto en el mercado internacional.

Aunque suena bien sabemos que no es tan fácil, pero tampoco una utopía, de hecho, algunos países vecinos manejan promedios de producción sobre 100 quintales por hectárea y costos tan bajos como $ 12 por quintal. Con estos antecedentes, nuestro proyecto es apenas un primer paso para la optimización productiva, por tanto la propuesta es absolutamente factible, además de técnica y económicamente viable.

Decisión, responsabilidad y conocimiento, pero también algo de paciencia, pues como objetivo mediato necesitará al menos dos años para mostrar resultados, mientras tanto, el Gobierno deberá acometer en acciones inmediatas para arrostrar las urgencias del momento, con el menor costo económico y social posible. (O)