El desasosiego está definido, en el Diccionario de la Lengua Española, como la falta de sosiego, esto es, de quietud, tranquilidad o serenidad.
En dicho libro también se explica que quietud es reposo o descanso; tranquilidad, la cualidad de tranquilo; y, serenidad, siendo la cualidad de sereno, equivale a apacible, sosegado, sin turbación física o moral.
Así que, cuando estamos desasosegados probablemente sea porque no hemos tenido el reposo o descanso apropiado, algún motivo o problema sin solución nos mantiene intranquilos o la falta de apacibilidad nos inquieta.
Hasta allí el conocimiento que podemos extraer de ese Diccionario, siempre útil para las precisiones que nos permiten estar seguros de las palabras que utilizamos.
Ahora pasemos a una reflexión que puede sernos de utilidad, mayor o menor.
Comencemos por el título de este artículo: ¿Conoce usted el desasosiego?
¿Lo tiene identificado? ¿Lo ha observado en otras personas o experimentado en carne propia?
Las preguntas pueden parecer atrevidas para usted, así que le pido que me excuse; pero tal vez puedan ser interesantes y hasta necesarias para otras personas, incluso conocidas suyas.
Una vez identificado: ¿solo conoce sus elementos característicos, esos que se presentan en quienes lo padecen y que al manifestarse, a veces sin palabras, le permiten a usted llegar a la conclusión de que la persona a quien está viendo o tratando está desasosegada?
¿Puede identificar las acciones, omisiones o reacciones ajenas, desde su propia experiencia personal o saber científico, como para diagnosticar empírica o científicamente que una determinada persona está desasosegada?
¿Qué ha hecho en esas circunstancias? ¿Ha actuado o se ha inhibido? ¿Por qué?
Repasemos:
¿Su manera de ser lo ha impulsado a prestar ayuda inmediata o se inhibe, hasta recibir un pedido de auxilio, implícito o explícito?
¿Su reacción dependerá del tipo de relación personal que tenga con la persona afectada o siempre propondrá ayuda, aunque no se la hayan pedido?
¡Complejas pueden ser las situaciones!
Tal vez, alguien necesitando ayuda, por el estado propio de su situación anímica, impide o rechaza lo que le puede servir y beneficiar, aunque provenga de una persona que bien lo quiere.
En cambio, otras encuentran alivio inmediato o una vía de solución al constatar que pueden confiar en quien ya conocen o intuyen que puede constituirse en tabla de su salvación alguien, aun siendo una persona desconocida.
Me parece trascendental el momento en que una persona desasosegada entabla una relación de confianza con quien cree que realmente la puede ayudar.
¿El desasosiego mina la condición humana, física y espiritualmente?
¿Cómo reaccionamos cuando nos damos cuenta de casos de desasosiego, nuestros o ajenos? ¿Nos inhibimos de actuar? ¿Ofrecemos ayuda y colaboración, aun a riesgo de ser cuestionados y rechazados?
¿Qué responde nuestra conciencia entrenada laica o religiosamente?
¿Debemos colaborar directa o indirectamente para rescatar del desasosiego a quienes lo sufren o a nuestros familiares y amigos exclusivamente?
¿Tiene esto relación con la imperativa obra de misericordia: consolar al triste?
¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)