En el primer capítulo de su libro Inteligencia emocional, Daniel Goleman plantea ¿para qué sirven las emociones? Y narra el gesto heroico de unos padres al salvar a su hija de morir en un accidente de ferrocarril, en el que ellos sí perecieron y afirma:
-El poder de las emociones es extraordinario, solo un amor poderoso –la urgencia por salvar al hijo amado, por ejemplo– puede llevar a unos padres a ir más allá de su propio instinto de supervivencia individual. Desde el punto de vista del intelecto, se trata de un sacrificio indiscutiblemente irracional, pero, visto desde el corazón, constituye la única elección posible.
Si algún caso parecido hemos conocido, nunca lo olvidaremos. Arriesgar la vida por amor ya es impresionante, pero, perderla por salvar a otros implica desprendimiento y donación sin límites.
Y añade:
-Todos sabemos por experiencia propia que nuestras decisiones y nuestras acciones dependen tanto –y a veces más– de nuestros sentimientos como de nuestros pensamientos. Hemos sobrevalorado la importancia de los aspectos puramente racionales (de todo lo que mide el CI) para la existencia humana, pero, para bien o para mal, en aquellos momentos en que nos vemos arrastrados por las emociones, nuestra inteligencia se ve francamente desbordada.
Conviene reflexionar seriamente sobre la gran necesidad de incrementar en hogares y centros escolares la educación emocional porque los sucesos cada vez más frecuentes de violencia de todo tipo demuestra que existen graves deficiencias y es prácticamente nulo el control emocional de quienes se dejan dominar por el miedo, la venganza, la decepción, el odio, etcétera.
Además, es importante recordar que las emociones siempre están presentes en nosotros y son contagiosas, pero con mayor rapidez las negativas como la rabia, la rebeldía, la indiferencia, desidia, el miedo, etcétera, que pueden ayudar a explicar ciertas reacciones grupales como el bullyng en las escuelas, las protestas sociales, el rechazo a los migrantes, los prejuicios raciales, las peleas de familias, los temores heredados de padres a hijos, los celos adquiridos en la familia de origen y otras.
Cuando leemos o escuchamos las noticias, cada vez más frecuentes e impresionantes de los femicidios que se cometen en nuestro país y otras partes del mundo podemos darnos cuenta de que atrás de todo hay un grave descontrol emocional, a raíz de una mala relación de pareja o separación que no pueden soportar. La emoción dominante crece y alimenta pensamientos negativos que a su vez incrementan la intensidad de los sentimientos y se convierten en una bomba de tiempo que puede estallar de cualquier forma.
Las reacciones de violencia pueden ser una conducta adquirida desde la infancia por imitación o una respuesta de descontrol emocional ocasional.
Todo esto se agrava cuando interviene el consumo de alcohol o drogas que ya en sí mismo favorece el descontrol emocional también.
Es necesario estar conscientes de la necesidad de manejar eficazmente nuestras emociones para no generar círculos de odio contagiosos a nuestro alrededor, sino ambientes de paz, alegría, entendimiento y amor. (O)