La vida humana no es la única forma de vida en el planeta. Pero los hombres, que aparentemente sabemos que no somos los dueños de la Tierra, actuamos como si lo fuéramos, como si en el futuro solo deseáramos un mundo de humanos como única especie. Y somos testigos de que la humanidad no puede controlar el planeta: aunque no queremos aceptarlo, un problema real es que los habitantes humanos somos cada vez más como para pretender seguir exigiendo seguridad y comodidades. Habrá consecuencias fatales si seguimos dominando la Tierra del modo en que lo hemos venido haciendo.

El biólogo Edward O. Wilson, en su libro Medio planeta: la lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción (Madrid, Errata Naturae, 2017), plantea: “El agua dulce escasea, la atmósfera y los mares están cada vez más contaminados como consecuencia de lo sucedido en tierra firme. El clima está cambiando de un modo adverso para la vida, excepto para los microbios, las medusas y los hongos”. Vivimos en medio de una vertiginosa desaparición de las especies. Hace 65 millones de años, cuando un asteroide se estrelló en lo que hoy es la costa de Chicxulub, Yucatán, el 60% de las especies desapareció, incluidos los dinosaurios.

Así terminó el Mesozoico, la era de los reptiles, y empezó el Cenozoico, la de los mamíferos. Los geólogos han convenido en que vivimos en el periodo Holoceno, que comenzó hace once mil setecientos años cuando los glaciares continentales empezaron a retirarse, propiciando climas que facilitaron que hombres y mujeres se fueran asentando a lo largo de los espacios habitables de la Tierra. Ha habido cinco picos de destrucción masiva, el último el de Yucatán. La destrucción que produce la humanidad actual se conoce como la sexta extinción, acaso una nueva época geológica, el Antropoceno, la era del ser humano.

Según Wilson, los geólogos de un futuro remoto podrían decir esto: “El Antropoceno por desgracia combinó el rápido progreso tecnológico con lo peor de la naturaleza humana. Fue una época terrible para la gente y para las demás formas de vida”. La sexta extinción ya está en marcha y la actividad humana es su fuerza motriz. Lo grave es que mientras más especies son borradas, mayor peligro de desaparición experimentan las especies supervivientes: nosotros. No podemos dominar la Tierra de este modo: “La biosfera no nos pertenece, somos nosotros quienes le pertenecemos a ella”, dice Wilson.

Si se destinara a la naturaleza la mitad de la superficie del planeta, se podría mantener la esperanza de salvar la inmensidad de formas de vida que la componen, afirma Wilson. De lo contrario, en poco tiempo podríamos perder la mayoría de las especies que conforman la vida. La tasa de extinción es ochocientas setenta y siete veces superior a la que existía antes del origen de la humanidad. Wilson es lapidario: “Cientos de millones de años para que exista la vida y extinguimos la biodiversidad de la Tierra como si las especies del mundo natural no fueran más que matojos y plagas domésticas. ¿No nos da vergüenza?”. (O)