Un huracán de categoría cinco destroza varias islas del Caribe y provoca la mayor evacuación en la historia de Florida. Pocos días después, otro huracán se forma en el Atlántico y repite la traumática experiencia del primero. El movido verano de este año no se ha privado de nada en materia de desastres naturales: el mayor bloque de hielo de la historia se desprendió de la Antártida a primeros de julio, el sur de Asia fue devorado por terribles inundaciones en agosto y en los últimos días dos potentes terromotos han devastado el centro y el sur de México.
La cosa no pinta nada bien ni para los que niegan el calentamiento global. El futuro ha dejado de ser una promesa y se nos presenta más bien como puro apocalipsis. El cine y la literatura no dejan de producir imágenes en esa línea.
Hans Jonas, aquel filósofo tan importante como poco recordado, planteaba una diferencia fundamental entre el pensamiento antiguo y el actual: hoy sabemos que la naturaleza puede ser destruida de forma irreversible. Para el hombre antiguo, la naturaleza era algo permanente. La presencia de la humanidad en el mundo era, además, incuestionable. Esto ha cambiado completamente con la técnica moderna. La explotación, manipulación y destrucción sistemática de la naturaleza en todos los niveles ha pasado a constituir una amenaza para la continuación de la vida en la Tierra.
Jonas realizaba estas observaciones hace casi cuarenta años, en un libro titulado El principio de la responsabilidad, que para muchos representa el punto de partida del pensamiento ambientalista europeo. La idea central del libro es sencilla: hay que plantearse una nueva ética frente a las devastadoras consecuencias de la acción humana. La ética tradicional no se encuentra a la altura de los desafíos del mundo contemporáneo: se centra exclusivamente en la virtud individual, en las relaciones del hombre con el hombre.
Frente a la naturaleza, el hombre ha utilizado la inteligencia y la inventiva: explotarla ilimitadamente para ponerla a su servicio. A la ética se la dejó en la ciudad. Jonas hace un llamado para sacarla de ahí. La ética debe desbordar la ciudad y plantarse también en la naturaleza. La ética debe mirar al futuro y procurar que la humanidad de los próximos siglos pueda habitar el planeta en condiciones medianamente dignas.
A finales de la década pasada, se intentó en nuestro país dar a la naturaleza un tratamiento diferente. Por primera vez, al parecer, se la tomaba en serio. Lamentablemente, casos como Yasuní o El Aromo demostraron que allí había más novelería que otra cosa. Los cacareados “derechos de la naturaleza” quedaron en nada.
Jonas no era muy amigo de plantear el problema de la naturaleza desde la lógica de los deberes y los derechos. Dicha noción corre siempre el riesgo de quedar en letra muerta. Además, se funda en una dinámica de reciprocidad: mi deber es la contrafigura de un derecho ajeno. Una vez fijados los derechos del otro, queda fijado mi deber de respetarlos y fomentarlos en la medida de lo posible. La idea sirve de muy poco para abordar el problema de la destrucción de la naturaleza, pues solo tiene derecho y exigencias aquello que plantea (o puede plantear en algún punto) demandas y exigencias. Y la naturaleza, ciertamente, no está ahí para plantearlas ni exigirlas en ningún momento.
Jonas introduce, entonces, el concepto de “responsabilidad”. La responsabilidad, en el sentido en que se plantea aquí, no es una relación entre adultos recíprocos. Somos responsables de lo que depende de nuestras acciones para sobrevivir. Así ese algo no tenga la misma responsabilidad hacia nosotros. Pasa con los hijos, por ejemplo. Debemos cuidar de su bienestar así ellos no cuiden del nuestro. Dicha responsabilidad es global, irrevocable e irrescindible. Jonas no se refiere a una responsabilidad artificial o contractual (la de un empleado hacia su empresa); sino a una responsabilidad que es anterior a cualquier acuerdo y que tiene que ver con la validez intrínseca del objeto del que uno es responsable. La responsabilidad hacia los hijos, en este sentido, es el arquetipo de la acción responsable: cuidar de lo que necesita ser cuidado para existir, para asegurarse un futuro.
El futuro es un elemento clave en el pensamiento de Jonas, pues la ética de la responsabilidad apunta al futuro, no a lo inmediato. Esto no quiere decir que vaya a ser practicada por los hombres del futuro, sino que debe ponerse en práctica hoy para proteger a los que vienen de nuestras acciones en el presente. El hombre no puede agotar en unos años una herencia milenaria que le pertenece a la humanidad entera y no solamente a los que habitamos en el aquí y el ahora. (O)
La responsabilidad hacia los hijos, en este sentido, es el arquetipo de la acción responsable: cuidar de lo que necesita ser cuidado para existir, para asegurarse un futuro.