En una de las habitaciones del Palacio de Miraflores, el esposo atormentado le cuenta a su amada mujer que algo lo aflige. Por más que baile, estire el bigote con su sonrisa, culpe al mundo de su desgracia, Nicolás necesita drenar, necesita terapia. No logra conciliar, ni junto a Cilia, el sueño.

Nicolás llega a consulta… no sabe quién es el profesional que hará recostar su enorme cuerpo sobre un sofá. El espacio es reducido, hay poca luz, no divisa bien al psicólogo, pero empieza el diálogo. Pasó desde su niñez al joven idealista, del seguidor chavista hasta el presidente de los venezolanos y es ahí donde se perenniza la conversación…

–“Solo agüita y gasecitos lacrimógenos”, repetía Maduro balanceando el cuerpo de atrás hacia adelante.

–“Cálmate, chico”, dijo el médico, y le proporcionó unas gotitas de pasiflora para que en la sesión todo fluyera.

Dime lo que sientes cuando alguien te llama amigo... y no hablo de los seudos, no de Diosdado, el patán enriquecido de manera impúdica… hablo del padre de David Vallenilla, por ejemplo. “Nicolás, amigo, fui tu jefe en el metro de Caracas”, así te recordó el papá del joven al que cargaste en brazos de bebé y que fue asesinado por los policías en una protesta antigubernamental.

Tu mujer se llama Cilia, ¿verdad?

–Sí, ella es mi compañera, combatiente fiel, la reina del nepotismo y de mi vida…

–Dime lo que sientes cuando ves fuera de la cárcel a Lilian Tintori que lleva tres años pidiendo la libertad de su esposo, que sabemos todos está preso por pensar diferente a ti.

¿Tienes madre, señor presidente?

¿Qué sientes cuando la mamá de Andreína Ramírez, de 23, la que murió de un disparo en la cabeza durante una manifestación en Táchira, te dice que busca justicia y no culpables que no son?

¿Tienes hijos?

¿Qué sientes, Maduro, al ver a Oliver Sánchez, de 8 años, sin cabello, con un tapabocas y diminuto cartel que pedía… que te pedía: “Quiero curarme, paz y salud”... ¿Qué sentiste cuando se murió por no contar con medicinas para tratar su cáncer?

El presidente Maduro empezó a inquietarse. Los ojos se deslizaban de un extremo a otro en el cuarto y ya se le subía a la cabeza la certeza de que la derecha oligarca había incubado su desequilibrio.

–¿Cuál es tu plato favorito, señor presidente?

Mientras sobre tu mesa hay servidos una arepa y pabellón, ¿qué sientes cuando la gente hace fila ante una emergencia alimentaria innegable por la escasez?... sin mencionar a los que deben hurgar en la basura.

¿Crees en Dios?

–Más en Simón Bolívar, en el pajarito y en San Hugo Chávez. De no ser por él, no tendría este porte político. (Maduro no tiene idea de lo que es ser libertador).

El diagnóstico después de la terapia: “Señor presidente, estás desahuciado en dolor, te mantienes en una moribunda verdad, la amargura se apoderó de tu corazón, todo es deprimente, agrio, tosco, casi inerte, además eres adicto al poder”.

PD: Lo dijo un experto. El terapeuta de esta historia fue el denominado “Siquiatra de la Revolución”, el alcalde chavista Jorge Rodríguez. ¿Será que a él también se le aparecieron la Virgen de Chiquinquirá y el Divino Niño, como a la fiscal Luisa Ortega, que ahora saca los trapos sucios al sol?(O)