Generaciones afirman “la música que yo escuchaba, era mejor”, o hacen comparaciones entre rockeros y reggaetoneros; entre la música con instrumentos, y la de sonidos digitales, etcétera.
En la mañana, yendo al trabajo, me pongo a escuchar a Shakira, pero no la de Loba ni de Chantaje. El primer concierto que vi a los 10 años fue el suyo, ella representa para mí a la música de mi generación (o representaba). Cada día más cantantes deciden fusionar letras con ritmos latinos al son de reggaetón. Sin desprestigiar esta música –por supuesto–, que alegra en todas las fiestas, pregunto ¿por qué cantantes como Shakira, Chayanne, Luis Fonsi, Enrique Iglesias, Marck Antony, últimamente Justin Bieber, deciden abandonar sus raíces y entrar en el reggaetón? Seguramente esta decisión, de convicción no tiene nada, pero detrás sí tiene billete. A mis 23 años me duele ver cómo poco a poco empiezan a perder la esencia artistas que ofrecían otro tipo de música. Extraño a Shakira con Alejandro Sanz o Maná, ahora solo la veo con Maluma o Prince Royce; me duele su transición entre, “Quién se iba a imaginar que el mismo Dios al regresar iba a encontrarlo todo en un desorden infernal, y que se iba a convertir en un desempleado más, de la tasa que anualmente está creciendo sin parar”, (canción Octavo día); a: “Una loba en el armario tiene ganas de salir, uh; deja que se coma al barrio antes de irte a dormir, ah, ah..,”, (Loba); son 10 años entre una canción a la otra. Pero ahora –19 años después del estreno de Octavo día– esta canción sigue evocando en mí más sentimientos que aquella del mamífero. Podría decir lo mismo de sus discos antiguos en comparación a los nuevos. Esto va mucho más allá de una simple moda, demuestra decadencia en la sociedad (no porque mi música –de mi época– era mejor que la de los “jóvenes” de ahora; y uso comillas porque yo sigo siendo joven también). Nuestra sociedad vive el momento, ya no busca trascender. Lo más importante para estos artistas es sonar en cada discoteca aunque sea por seis meses, pero no tener importancia de aquí en seis años. Esta mentalidad colectiva de que solo el presente importa, me duele (no todos son así y espero no ofender a aquellas personas). Es hora de replantearnos por qué el dinero importa más que las convicciones. Extraño los días donde el mundo buscaba la excelencia. Procuremos esto, no solo los artistas, sino todos como sociedad.
Rebecca María Kerschbaum Saona, 23, años, periodista; Quito