Ismael debía morir ya sea arrodillado frente al verdugo que halaría un frío gatillo o como fue: en una solitaria camilla con un barbitúrico que corrió por sus venas. China ejecutó esta semana a Ismael Enrique Arciniegas, el primer colombiano sometido a pena de muerte por narcotráfico.
Este hombre, de 73 años, fue detenido a mediados de 2010 y condenado tras reconocer que llevaba casi cuatro kilos de droga.
Cuando me enteré del caso y de que había pasado seis años detenido en una cárcel de Guangzhou, a miles de millas de distancia de los suyos, sin poder comunicarse por no hablar el idioma, a la ligera dije mejor la tumba que el encierro.
El sentenciado antes de morir se comunicó con su familia en Cali y envió un recado con el contenido más importante de esta historia para que no repitan su error. “Les mando un mensaje a los que piensan trabajar con el narcotráfico para que no lo hagan, pues cuesta la vida”. Exactamente, si te atrapan, o delatas a tus jefes y se vengan de tu familia o buscas a toda costa el suicidio o la justicia te mata, como el caso de China.
Durante los 30 minutos de conversación telefónica, Ismael dijo que iba a partir con tranquilidad y feliz. Como si para él la inyección letal era un premio que estaba esperando. Su hijo, que lleva tatuado el rostro de su padre en el lado izquierdo del pecho, cerca del corazón, también meditó que la pobreza digna es mejor que el lujo mal logrado: “Hubiera preferido aguapanela en vez de caviar y su ausencia”.
En Colombia, durante la época de los años 80, en los tiempos de Escobar se sembraron en el país los cultivos ilícitos y una cultura de narcotráfico que todavía luchan por exterminar. El dinero fácil era el imán y ciertos jóvenes el hierro; los atraía, los seducía vincularse con una actividad que rendía mucho más en menos tiempo.
El cuerpo de Ismael está siendo cremado y las cenizas serán enviadas a la capital del Valle del Cauca, eso reciben sus familiares, solo el residuo de un esposo, padre y amigo al que le decidieron cómo y cuándo morir, pero el que erró en escoger un mañoso oficio.
Los números no están claros y no se sabe realmente a cuántas personas ejecutan en China porque, según ellos, dicha cifra está amparada por un secreto de Estado. Amnistía internacional habla de unos 6 mil ejecutados al año. China es el país donde más condenados mueren en el patíbulo.
Se cree que la inyección letal causa al condenado una muerte rápida y sin dolor, nunca sabremos. Según mi análisis, los que sí quedaron en vida respirando pero enterrados son sus seres queridos. Vivieron una larga agonía y con una espontaneidad no juzgable afirmaron: “Por fin se termina este sufrimiento”. Sin embargo, no debe ser tan fácil dar por concluida la pesadilla. Lo que será conocer que el ícono de tu admiración, tu padre, tu hermano obró en perjuicio de la sociedad, que fue encerrado muy lejos, que no pudiste abrazarlo y que no había herramienta posible para evitar lo que la justicia determinó tras su mal paso. (O)