¿Por qué el país debe interesarse por el malestar de Iván Carvajal? ¿Cómo debemos interpretar la desazón de uno de los grandes poetas latinoamericanos? ¿Qué hacer con la incomodidad indefinible de un pensador que, en 2013, mereció el Premio a las Libertades Juan Montalvo de la Asociación de Editores de Periódicos? Carvajal ha publicado Universidad: sentido y crítica (Quito, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2016), un estudio que desnuda el autoritarismo tecnocrático universitario de este tiempo. Comienza así: “Este libro surgió como respuesta al malestar que ensombreció el final de mi actividad académica”.

Carvajal es demoledor con quienes creen que ahora la educación superior ecuatoriana está mejor dirigida que antes: “Para muchos profesores universitarios, los cinco últimos años han sido especialmente sombríos debido al permanente acoso de que han sido víctimas bajo pretexto de la ‘calidad académica’; acoso que se ejerce a través de un bombardeo de formularios que se suceden unos tras otros y que deben ser cumplimentados sin discusión, de supuestas evaluaciones, de amenazas, de imposiciones y de un clima inhóspito generado por las reiteradas ofensas, a los universitarios ecuatorianos, que provienen del discurso gubernamental”.

Este libro de quien ha estado alrededor de cincuenta años comprometido con la tarea universitaria (como estudiante, profesor, investigador y funcionario) analiza el peso social de las universidades en Ecuador y Latinoamérica y se resiste a que el gobierno de Rafael Correa vacíe de significación la misión histórica de la universidad de ser espacio de pensamiento crítico. Por eso cuestiona con dureza la Ley de Educación Superior de 2010 cuyo propósito, según él, es “instaurar el autoritarismo en el ámbito universitario y el sometimiento a la arbitrariedad burocrática”. De allí que sea necesaria esta lúcida reflexión sobre la penosa realidad de nuestras universidades.

Ningún progresismo contiene los cambios que hoy se aplican en las instituciones de educación superior, pues “la reforma universitaria que ha impuesto el régimen de la llamada ‘revolución ciudadana’… responde a una concepción de la universidad y del conocimiento que se inscribe en la ideología neoliberal, desarrollista y tecnocrática”. La Senescyt, el CES y el Ceaaces se han convertido en “tribunales inquisitoriales” que han forzado a los centros educativos al “cumplimiento de tareas absurdas”: “¿De qué universidad se puede hablar allí donde se aceptan sin más las imposiciones de una burocracia autoritaria, por más estultas que sean sus demandas?”.

Carvajal denuncia que “el miedo a las retaliaciones, a los posibles efectos negativos de la crítica al momento de las acreditaciones o clasificaciones de las instituciones, el temor a los recortes presupuestarios, introducen paulatinamente una corrupción generalizada del espíritu: sometimiento, subordinación, silencios cómplices”, y, con ello, pide a los universitarios ecuatorianos que se rebelen ante las trivialidades que hoy pasan como grandes transformaciones, pues “la universidad, bajo el dominio tecnocrático, parece encaminarse hacia su clausura como espacio público democrático, como ámbito para el ejercicio de la libertad de pensamiento y de la palabra”. (O)