Por: Alberto De Guzmán Garcés
Leo que un asambleísta de Alianza PAIS, que votó a favor de la enmienda de la enmienda, aquella que limita la reelección del presidente, ahora pretende presentar una demanda de inconstitucionalidad para que aquello que ya es ley, sea derogado y el presidente Correa se pueda volver a presentar; los noticieros dan cuenta de que el presidente Ortega de Nicaragua da un golpe de Estado al sacar de la Asamblea a los representantes de la oposición y, además, propone a su esposa como compañera de fórmula para una nueva reelección; se informa que el presidente Maduro nombró como ministro a un militar sindicado. Los entendidos dicen que no se puede, por lo que he recordado una historia que escuché en Costa Rica.
La historia involucra al expresidente José Figueres, prohombre y artífice de la modernidad de ese país. Hombre campechano y sencillo, era conocido como Don Pepe. Se cuenta que el personaje, ya ciudadano del llano, conducía su vehículo por las calles de San José, cuando al dar un giro, entró en contravía. Un agente de tránsito lo detuvo; al reconocer al conductor, de la manera más comedida le dijo: Don Pepe, lo que está haciendo no se puede… a lo que el personaje respondió: ¿y cómo yo estoy pudiendo? La historia terminaba entre risas ante la agudeza pícara del expresidente. Yo imagino otro final.
Ante la cara de sorpresa del agente, Don Pepe, consciente de la pedagogía que debe hacer un dirigente y hombre público, seguramente le explicó la diferencia entre poder y deber. Poder es la capacidad que tenemos para hacer cualquier cosa, sin más límite; deber es hacerlo en arreglo con las normas de convivencia. Las normas de convivencia están recogidas de manera formal en las leyes; la sujeción a la ley es lo que llamamos Estado de derecho. El Estado de derecho es el marco que sustenta la convivencia civilizada. Civilización, civilizado, son palabras que devienen de la raíz latina civitas, ciudad, ciudadanía. Es que el vivir en ciudad obliga a la convivencia entre diversos y hasta contrapuestos. Para evitar que nos matemos a garrotazos como bárbaros, nació la necesidad de normas, y hace miles de años ya, se codificó el Derecho Romano, hasta hoy, base de la legislación de una buena parte del planeta, piedra angular del Estado de derecho y de la convivencia.
Le diría que, en el mundo civilizado, el poder está limitado por el deber. Que este es un tema central de la política, término por cierto derivado de la raíz griega polis, ciudad. Debe haberle dicho que la limitación por la ley se aplica en especial a los dirigentes que ejercen un poder mayor que el del ciudadano común; que además, los líderes están obligados a la ejemplaridad como instrumento central de la educación ciudadana. También le habrá dicho que independientemente de la ley, hay en las personas una conciencia que, como explicaba Platón hace miles de años, pone un freno ético y moral a nuestras acciones; es esa conciencia la que nos define como humanos. Luego de esta explicación, imagino que Don Pepe puso reversa, se despidió del agente y corrigió su error.
Ante los hechos que refiero al inicio, aquí y allá los juristas –como el agente– argumentan y repiten: ¡no se puede!, ¡no se puede!; y estos líderes y sus áulicos les responden: ¡pues vean cómo estamos pudiendo! Es que no tenemos las instituciones y la independencia de poderes necesarios para decirles que no deben y hacer que prevalezca el imperio de la ley. Dependerá entonces de los ciudadanos despertar de este aturdimiento que nos agobia, para hacer acopio de nuestras reservas éticas y evitar ir en contravía, de los pujos de civilización, a un abierto estado de barbarie. (O)
Poder es la capacidad que tenemos para hacer cualquier cosa, sin más límite; deber es hacerlo en arreglo con las normas de convivencia. Las normas de convivencia están recogidas de manera formal en las leyes; la sujeción a la ley es lo que llamamos Estado de derecho.
* Ciudadano del llano.