En el fondo subyace una errada concepción de las ideologías y de la ley. Parecería que en Europa –porque de ella estoy hablando– ha primado la tesis de que tolerar es de izquierdas y prohibir es de derechas. Ese pensamiento destaca como el rector en la vieja actitud de Bélgica ante los yihadistas, pues al ser contemplativa les hizo suponer a estos que tenían cierta protección, hasta que, por desgracia, el horror llegó este lunes a su territorio. Ahora se sabe por ejemplo que Turquía detuvo hace unos meses a uno de los suicidas del aeropuerto, lo cual comunicó a Bélgica que lo dejó libre por falta de pruebas.
Los diarios europeos dicen que “Bélgica ha jugado un papel clave en el siniestro proyecto yihadista por su carácter de cantera de voluntarios para la guerras de Irak y Siria”, agregando que algunos expertos han calificado a ese país, desde hace más de 20 años, de “santuario del radicalismo”, un radicalismo que han querido ignorar las autoridades políticas y policiales para no generar problemas en casa. Sin embargo, al día de hoy, más que encontrar a los responsables gubernamentales europeos de este desastre (gobiernos pasivos ante el terrorismo según el presidente de la Comisión), lo importante es que los países involucrados lleguen a un acuerdo común para evitar mortales hechos futuros, como podrían ser protocolos uniformes obligatorios ante potenciales amenazas clasificadas según su grado de peligrosidad.
Contra el terrorismo no puede haber tibieza, la contundencia debe ser la respuesta en el trato por el daño que causan a personas inofensivas. El problema es que las legislaciones del mundo establecen el principio de que todos los sujetos son inocentes mientras no exista una declaración judicial definitiva que diga lo contrario, por lo que resulta de gran dificultad sancionar a alguien por simples suposiciones o sospechas, y la alarma y la censura saltan solamente cuando el hecho está consumado. ¿Pero no creen ustedes, lectores, que con los atentados terroristas indiscriminados en distintas ciudades y sin un patrón determinado, no es posible vivir o visitar Europa sin temores? ¿No será también más complicado para los propios europeos moverse dentro de la Unión sin despojarse del miedo de ser agredidos en su integridad por cualquier acto vandálico proveniente de esos alienados?
Los perniciosos sucesos terroristas traen aparejados, además de las consecuencias directas a la salud y a la vida, otras derivaciones que perjudican a las personas como, por ejemplo, las limitaciones a su libertad (por las que tanto han luchado) pues ahora tendrán que tomar mayores precauciones, especialmente al utilizar transportes públicos colectivos de cualquier naturaleza, o al asistir a espectáculos masivos, entre ellos a los musicales y deportivos, o al caminar plácidamente por calles y plazas concurridas porque nadie sabe cuándo un fundamentalista desorientado puede atacar.
En el plano político propiamente dicho también existen repercusiones, porque ante el terrorismo y la inmigración no deseada se han creado movimientos y corrientes que promueven el rechazo a los ciudadanos extraños oriundos de otros países, religiones o etnias, que han hecho reaparecer antiguos odios y temores hacia el otro, lo que impulsa la separación antes que la unión de los pueblos.
Los últimos actos terroristas ocurridos en la geografía europea, autoatribuidos por una organización extremista islamista, han ocasionado que algunas naciones se pregunten si están en guerra, porque perciben su inmersión en una conflagración no convencional ante un enemigo informe y fanático, difícil de combatir por el ocultamiento de sus acciones y la sorpresa de sus traicioneros zarpazos asesinos. (O)