Son ya varios siglos desde que los seres humanos se han preguntado si existe vida en Marte. Los sueños de unos y las pesadillas de otros han llevado a imaginar todo tipo de conjeturas: desde colonias de terrícolas asentadas en los desiertos del planeta rojo, hasta seres extraterrestres de inteligencia superior invadiendo la Tierra, como los marcianos de La guerra de los mundos de H. G. Wells.
Pero, de vuelta a la realidad, lo cierto es que la búsqueda de vida extraterrestre está condicionada por un indispensable prerrequisito: solo puede existir vida allí donde haya agua en estado líquido. Así, pues, antes de querer buscar vida –sea esta vida inteligente o no–, es indispensable, y más fácil, encontrar lugares donde haya agua líquida para luego continuar con la búsqueda de vida extraterrestre.
Pues bien, hasta hace poco se pensaba que en Marte no había agua en estado líquido y, en consecuencia, las posibilidades de que exista algún tipo de vida eran casi nulas. Eso sí, se sabía que en sus polos existe agua congelada y, además, que hace casi 4 billones de años existían enormes cantidades de agua líquida que moldearon varios océanos y ríos en la superficie marciana. También se conocía que Marte había perdido su atmósfera como consecuencia de una tormenta solar de épicas y catastróficas proporciones y que, debido a ello, sus vastos mares y ríos se habían evaporado rápidamente. Sin embargo, a finales del pasado septiembre la NASA anunció que el satélite MRO (Mars Reconnaissance Orbiter) ha recolectado suficiente evidencia como para afirmar que, actualmente, existe agua en estado líquido en Marte. Se la ha identificado en unos largos riachuelos que solamente se forman en el verano marciano, cuando las temperaturas suben lo suficiente como para evitar que el agua se congele.
La evidencia de que es agua lo que compone a estos riachuelos (bautizados como «Recurring Slope Lineae» o RSL, por los científicos que hicieron el descubrimiento) –publicado en la revista científica Nature Geosciences, de noviembre 2015, Volumen 8, Número 11. Pp. 829 - 832– está en mediciones que ha hecho el espectrómetro a bordo del MRO, un instrumento que analiza la composición química de los elementos a través de la luz que emanan. En este caso, la luz que emana desde los RSL indica que estos contienen varias sales hidratadas –conocidas como cloratos y percloratos– que solamente se producen en presencia de agua líquida. Esto explicaría, además, cómo es posible que el agua líquida que se observa no esté congelada, a pesar de que en el verano marciano las temperaturas más cálidas son de menos 23 grados centígrados.
Los científicos todavía no están seguros del origen del agua. Se han barajado como opciones la existencia de acuíferos subterráneos que se descongelan en el verano, o a la absorción de la humedad del aire en el suelo de Marte; en todo caso, lo que sí parece decidido es que la NASA no tiene ningún plan para enviar al robot Curiosity a la zona donde están los RSL, pese a estar relativamente cerca (a un año de distancia, aproximadamente). La razón para evitar cualquier tipo de contacto con los RSL es que dicho robot no fue debidamente esterilizado cuando se lo envió desde la Tierra, y podría contener microbios terrestres que, a su vez, podrían contaminar una eventual e incipiente vida marciana.
En 1895 Percival Lowell observó, a través de su telescopio, lo que creía eran canales artificiales creados por vida inteligente en Marte. Desde ese entonces, nos hemos obsesionado con esta idea de la vida extraterrestre. Como fuere, es innegable que este asombroso descubrimiento nos lleva un poco más cerca de encontrar vida, aunque sea microbiana, fuera de nuestro planeta. Ello exige que la NASA tenga que pensar en una nueva sonda dedicada a investigar estos riachuelos o, incluso –y de una vez por todas– en enviar humanos a Marte para realizar investigaciones. Quizás estos acontecimientos no cambien la vida de nuestra generación pero, sin lugar a dudas, nos invitan a reflexionar sobre un posible futuro marcado por la colonización de otros planetas a cargo de nuestros descendientes, quienes más pronto que tarde serán los encargados de convertir en realidad aquello que la ciencia ficción dibujó en nuestras fértiles imaginaciones. (O)
En 1895 Percival Lowell observó, a través de su telescopio, lo que creía eran canales artificiales creados por vida inteligente en Marte. Desde ese entonces, nos hemos obsesionado con esta idea de la vida extraterrestre.