Desde la aparición de la novela La tormenta perfecta (The Perfect Storm), basada en hechos reales, escrita por Sebastián Junger y posteriormente llevada al cine en una película interpretada por los actores Diane Lane, George Clooney y Mark Wahlberg, entre otros, la sugerencia de la tormenta perfecta se hizo tan popular como término de referencia que se empezó a utilizar con frecuencia para describir un evento excepcional, en el cual la combinación inusual de diversas circunstancias agrava de forma dura y drástica la magnitud y consecuencias de dicho evento, generalizando su uso y aplicándolo a la ocurrencia de escenarios de variada índole, políticos, económicos, naturales, etcétera.
En todo caso, la novela está basada en hechos reales, particularmente en la historia del bote pesquero Andrea Gail y su trágico final en octubre de 1991, cuando la aparición de tres eventos atmosféricos, los remanentes del huracán Grace y otras dos tormentas de gran intensidad, provocó lo que muchos científicos consideraron era un inusual, extraño y extraordinario fenómeno meteorológico. En ese punto, la historia alude a la suerte de la embarcación y especialmente a la actitud de su capitán, Billy Tyne, quien desesperado por dinero debido a que su previa campaña de pesca había sido muy pobre y no contaba con los necesarios ahorros, decidió salir al océano en el mes de octubre en una zona marítima muy peligrosa en esa época del año, aún sin contar las tormentas excepcionales que posteriormente ocurrieron. El capitán Tyne hizo caso omiso a todas las advertencias que le formularon sus amigos, quienes le pidieron que rectificara; sin embargo, con una absoluta falta de previsión, optó por lanzarse a una aventura que finalmente se convertiría en una tragedia.
Quienes han estudiado con detenimiento el naufragio del Andrea Gail señalan que la responsabilidad del capitán de la embarcación fue definitiva, pues incluso en un momento de su jornada pudo haber tomado la decisión de esperar en altamar, sin arriesgarse a regresar al puerto en cuyas cercanías se había descargado todo el eje de la tormenta; sin embargo, con el propósito de vender rápidamente su pesca, el capitán decidió arriesgarse y regresar a Gloucester con el trágico final ya señalado. Entre la historia real y la leyenda, la responsabilidad del capitán del Andrea Gail ha quedado marcada, pues ciertamente jamás debió haber descartado la magnitud de las tormentas como efectivamente lo hizo, sin tomar las previsiones que las circunstancias demandaban, desnaturalizando de esa forma el liderazgo que ejercía en su tripulación, la cual de forma desesperada se aprestaba a afrontar la catástrofe que se avecinaba.
Como señalaba, el capitán Tyne desoyó las advertencias y opiniones, incluso la de sus amigos, bajo la atrevida convicción de que solo él podía guiar la nave y que jamás le ocurriría algo a su legendaria embarcación, ignorando también los consejos de quienes le aseguraban que existían otras vías marítimas más seguras y lógicas, que de ser seguidas muy posiblemente hubiesen evitado la final tragedia. La implacable crueldad de la naturaleza y la avezada negligencia del capitán Billy Tyne terminaron siendo dolorosas coincidencias. A propósito, nunca se hallaron los restos del Andrea Gail. (O)