Vuelvo sobre uno de mis temas favoritos. Es inagotable, exige mirada actualizada, buen oído, antena de larga percepción. Y como está en boca y manos de todos, todos somos sus usuarios, críticos y hasta verdugos. Se trata de las palabras. De las históricas, movedizas y ambiciosas palabras, tan manoseadas como concepto que se han convertido –como dice mi admirada Leila Guerriero– en la palabra lapalabra. Ese que en raptos de cierta poeticidad dudosa, se sublima y se enuncia entre los velos de metáforas muchas veces cursis, el poder de “la palabra”.
Hoy me interesa resaltar facetas más directas de ellas porque vivimos asaeteados por discursos, mensajes, cadenas, sermones, diálogos, monólogos, es decir, por toda clase de emisiones lingüísticas que buscan llegar y posicionarse en la conciencia de los demás. Acabamos de escuchar las salutaciones, homilías e intervenciones del papa Francisco y les hemos dedicado mucha más atención que la habitual. Hasta se han prestado al ejercicio de la interpretación que cada uno sitúa a su interés o conveniencia. Esa es la actividad fundamental del hablante: expresar pensamiento y recibir el ajeno dentro de un complejo tejido de significaciones.
Se dice en Semántica que la palabra denota y connota; mientras la denotación aporta el significado literal, de diccionario, la connotación es un interesante proceso comunicativo que opera en la relación de los términos entre sí, en el hecho de ponerse uno junto a otro y de crear significados nuevos. Y así se van armando los contextos: contexto dentro de una misma frase, oración, párrafo; mucho más amplio cuando consideramos la ocasión humana de su emisión. ¿Cuál era la intención de Francisco cuando celebró que el pueblo ecuatoriano “se haya puesto de pie con dignidad”? Se leen los comentarios en redes sociales, y basta para ver la polarizada comprensión a esa específica idea.
Mis exalumnos recordarán uno de los pilares de mis clases de lengua española y redacción: “la palabra sola significa pero no comunica” que orienta la mirada hacia la eficacia de la sintaxis. Los diccionarios son gigantescas listas de palabras “solas”, aunque agreguen rápidas precisiones a la reducida estructura del sintagma o frase: tomo al azar el término “ojo” y veo que el DRAE le asigna 24 significados, pero también que se usa en expresiones como “ojo clínico”, “ojo de agua”, “ojo de buey”, y otras. Así van naciendo los contextos.
Es interesante reparar en el trayecto histórico de las palabras, en ese viaje de siglos que las hizo nacer algún día dentro del invisible flujo del pueblo, que introdujo a algunas dos veces –como palabra popular y como cultismo de mano de algún copista que sabía latín– o como neologismo por influencia de los idiomas vecinos a la lengua madre. Solo desde el siglo XVIII contamos con una academia que recibió el encargo de regular los usos, recopilar diccionarios y redactar gramáticas. Que no se crea que el enriquecimiento de una lengua se produce por la influencia de los doctos, de los maestros o profesionales de la lengua. Este se da por el poder hablante del pueblo llano, imaginativo y lenguaraz. Yo tengo muy en cuenta a las palabras amenazadas de muerte, por eso uso albricias, bisbisear, petimetre. A veces. (O)