Los lectores habituales saben que a veces ridiculizo a “las personas muy serias” –políticos y especialistas que repiten solemnemente las creencias populares que suenan duras y realistas–. El problema es que sonar serio y serlo no son, de ninguna forma, la misma cosa, y algunas de esas posiciones aparentemente duras son, de hecho, formas para evadir los problemas verdaderamente difíciles.

El ejemplo principal en años recientes, claro, ha sido el “bowles-simpsonismo”, la distracción en el discurso de la élite para alejarse de la tragedia en curso del desempleo elevado para entrar en el problema, supuestamente crucial, de cómo, en forma precisa, vamos a pagar los programas dentro de un par de décadas. Esa obsesión en particular, me alegra decirlo, parece estar decayendo. Sin embargo, mi sentir es que está en desarrollo una forma nueva de evadir los problemas, empaquetada como seriedad. Esta vez, la evasión involucra tratar de desviar el discurso nacional sobre la desigualdad hacia una discusión de supuestos problemas con la educación.

Y la razón por la cual se trata de una evasión es porque, aparte de cualquier cosa que la gente seria quiera creer, el aumento en la desigualdad no se trata de la educación; se trata del poder.

Solo para ser claros: estoy a favor de una educación mejor. La educación es mi amiga. Y debería ser accesible y asequible para todos. Sin embargo, lo que sigo viendo es personas que insisten en que las fallas educativas son la raíz de la todavía débil creación de empleos, los salarios estancados y la desigualdad en aumento. Esto suena serio y razonado. Sin embargo, de hecho, es un punto de vista que está demasiado reñido con la evidencia, por no hablar de una forma de ocultarse del debate partidista, verdadero e inevitable.

La historia de nuestros problemas, centrada en la educación, dice así: vivimos en un periodo de cambio tecnológico sin precedente, y demasiados trabajadores estadounidenses carecen de las habilidades para hacerle frente a ese cambio. Esta “brecha de habilidades” está refrenando el crecimiento porque los negocios no pueden encontrar a los trabajadores que necesitan. También impulsa a la desigualdad, ya que los sueldos aumentan para los trabajadores que poseen las habilidades correctas, pero se estancan o se deterioran para los menos instruidos. Así es que, lo que necesitamos es más y mejor educación.

Mi suposición es que esto suena conocido: es lo que se les oye decir a las cabezas parlantes los domingos por la mañana en la televisión, lo que se lee en los artículos de opinión de dirigentes empresariales, como Jamie Dimon de JPMorgan Chase, o en “ensayos marco” del centrista Proyecto Hamilton de la institución Brookings. Se ha repetido en forma tan amplia que es probable que muchas personas supongan que es indiscutiblemente cierto. Sin embargo, no es así.

Para empezar, ¿el ritmo del cambio tecnológico es, de hecho, tan rápido? “Queríamos coches que volaran, en su lugar, obtuvimos 140 caracteres”, resopló Peter Thiel, un capitalista de riesgo. El crecimiento en la productividad, que subió brevemente después de 1995, parece haberse frenado drásticamente.

Más aún, no hay ninguna evidencia de que una brecha de habilidades esté frenando al empleo. Después de todo, si los negocios estuvieran desesperados por conseguir empleados con ciertas capacidades, es presumible que estarían ofreciendo salarios de primera para atraerlos. Entonces, ¿dónde están estas profesiones afortunadas? Se pueden encontrar algunos ejemplos por aquí y por allá. Curiosamente, algunos de los aumentos más grandes en los salarios recientes se han dado en la mano de obra calificada –operadoras de máquinas de coser, caldereros–, conforme parte de las manufacturas retornan a Estados Unidos. Sin embargo, la noción de que, en general, existe una demanda de trabajadores altamente calificados es, sencillamente, falsa.

Por último, si bien la historia de la educación y la desigualdad pudo haber sido plausible alguna vez, hace mucho que no sigue a la realidad. “Los sueldos de las personas con mayores habilidades, a las que más se les paga, han seguido subiendo constantemente”, dice el Proyecto Hamilton. De hecho, los ingresos, ajustados a la inflación, de los estadounidenses altamente instruidos no se han movido desde finales de la década de 1990 a 1999.

Entonces, ¿qué es lo que realmente está pasando? Las ganancias corporativas han aumentado como una parte del ingreso nacional, pero no hay ningún signo de un incremento en la tasa de rendimiento sobre la inversión. ¿Cómo es posible eso? Bueno, es lo que se esperaría si es que las ganancias al alza reflejaran el poder de los monopolios en lugar de los rendimientos del capital.

En cuanto a los sueldos y salarios, no importan los títulos universitarios; todas las grandes ganancias van a dar a un grupito de personas que tienen posiciones estratégicas en suites corporativas o a horcajadas en la encrucijada de las finanzas. La desigualdad en aumento no se trata de quién tiene el conocimiento; se trata de quién tiene el poder.

Bien, hay mucho que podríamos hacer para corregir esta desigualdad de poder. Podríamos imponerles impuestos más altos a las corporaciones y los acaudalados, e invertir las ganancias en programas que ayuden a las familias trabajadoras. Podríamos incrementar el salario mínimo y facilitarles a los trabajadores la organización. No es difícil imaginar un esfuerzo realmente serio para hacer que Estados Unidos sea menos desigual.

Sin embargo, dada la determinación de un partido importante de mover la política exactamente en la dirección contraria, defender tal esfuerzo hace que uno suene partidista. De allí el deseo de mejor ver a todo el problema como uno educativo. Sin embargo, deberíamos reconocer a esa popular evasión por lo que es: una fantasía demasiado poco seria. (O)

En cuanto a los sueldos y salarios, no importan los títulos universitarios; todas las grandes ganancias van a dar a un grupito de personas que tienen posiciones estratégicas en suites corporativas o a horcajadas en la encrucijada de las finanzas.

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