El futuro, como todo lo que trasciende el aquí y ahora, es construcción colectiva, sumatoria de ilusiones y apuestas, confrontación de visiones y utopías, elaboración trabajosa de caminos y senderos que llevan hacia una imagen deseada. Es cierto, nunca el futuro es lo que cada actor imagina, siempre es modificado por el accionar de otros grupos con sueños diferentes y contradictorios, esto no siempre se acepta y muchos quieren imponer sus utopías. Cada época tiene, sin embargo, sus sentidos comunes predominantes de lo que es bueno, de lo que es justo, de lo que es un orden deseado. Por mucho tiempo, el progreso, entendido como modernización económica e institucional, era objetivo de consenso y todas las energías fueron puestas en lograrlo, rompiendo las ataduras de sociedades tradicionales y pacatas. Luego vinieron los tiempos de la redistribución, en cierta manera asegurar que la modernización alcanzara para todos y cubriera las necesidades de todo ser humano, a lo que se agregó, más recientemente, la idea de derechos e inclusión, que rompiera con dominaciones basadas en edad, género, etnicidad u opción sexual. Más recientemente, me parece que el sueño colectivo comienza a construirse en torno a lo ambiental y los derechos de la naturaleza.
Son varias las razones que explican la construcción de una utopía en torno a una nueva relación entre sociedades y naturaleza. Inicialmente comenzó como preocupación por el carácter finito de los recursos naturales, considerados hasta entonces como fuente inagotable para el progreso humano. La idea de que los suelos, el aire y los seres vivientes diferentes al hombre estaban siendo utilizados por encima de su capacidad de reposición y que por lo tanto se agotaban se volvió incuestionable. Más recientemente, la sólida evidencia sobre cambio climático y la incapacidad de la humanidad de controlar la emisión de gases de efecto invernadero ha generado serias preocupaciones sobre la viabilidad en el largo plazo del modelo económico y social predominante.
Estos sueños y utopías se presentan, como siempre lo ha sido, como una lucha intergeneracional, son los jóvenes los que lideran un cuestionamiento a modelos de desarrollo que no consideran su implicación para el medio ambiente, encarnada por las generaciones que hoy controlan los resortes del poder. Curiosamente, en sociedades donde la modernización redistributiva e incluyente llega en forma tardía, quienes la lideran son vistos como representantes de una vieja guardia conservadora; se les reclama la poca atención que prestan a la naturaleza y su poca sensibilidad a la justicia intergeneracional. Curiosa metamorfosis, quienes encarnaban el cambio y el progreso son vistos ahora como portadores de un proyecto que defiende el statu quo.
Este no es un dilema abstracto de nuestras sociedades contemporáneas, por el contrario, explica en buena parte la toma de distancia de los jóvenes frente a los gobiernos de izquierda y centro-izquierda en la región. La decisión de explotar el Yasuní, las zancadillas puestas a los Yasunidos en su demanda por una consulta electoral en torno a dicha decisión, la propaganda pública que los caricaturiza como manipulados por fuerzas tradicionales, ahondará aún más una fractura entre jóvenes soñadores y el proyecto político de Alianza PAIS. La modernización, la redistribución y la inclusión no son atractivo suficiente, si el precio por pagar es poner en riesgo una de las zonas más biodiversas del mundo. Es fundamental que los jóvenes impulsen su consulta.