EE. UU.
Cuando Vladimir Putin habla de lo que está ocurriendo en Ucrania en últimas fechas, es como si se estuviera viendo en un espejo. Dice que fascistas y nacionalistas se están volviendo locos en Kiev, incluso al tiempo que Crimea es anexada en nombre de la Gran Rusia; él dice que los rusos están amenazados en el oriente de Ucrania, aun al tiempo que Rusia dirige a secesionistas allá para que ocupen edificios administrativos y decomisen armas; le hace un llamado al presidente Barack Obama para que utilice su influencia a fin de prevenir el uso de la fuerza en Ucrania, incluso al tiempo que pone a una importante fuerza militar en la frontera ucraniana.
Esta estratagema fue un elemento fijo de la propaganda soviética, y cuando otras fuentes de información son silenciadas, puede engañar a la gente por un tiempo. Pero nadie fuera de Rusia lo está creyendo.
Lo que el mundo ve es una jugada de poder indignante y sumamente peligrosa. Un informe por parte del alto comisionado de la ONU para derechos humanos asienta que “historias sumamente exageradas de acoso en contra de personas de origen ruso a manos de ucranianos extremistas y nacionalistas” en Crimea fueron “usadas sistemáticamente para crear un clima de temor e inseguridad”.
Lo mismo está ocurriendo ahora en el oriente de Ucrania, y con 40.000 efectivos militares de Rusia posicionados al otro lado de la frontera y los secesionistas rusos incautando arsenales y erigiendo retenes, el potencial para el derramamiento de sangre es alarmantemente real.
El objetivo de Putin pudiera ser elevar las tensiones a grado tal que las autoridades ucranianas y sus partidarios estadounidenses y europeos accedan a las condiciones de Rusia por una Ucrania fragmentada, en la cual Rusia gane considerable influencia sobre las regiones sur y oriente, muy industrializadas. La amenaza de una intervención rusa también es real, aunque solo porque los secesionistas que han ocupado edificios en Donetsk y varias otras ciudades pudieron desatar violencia con facilidad y atraer a Putin a que ponga su puño donde está su boca.
Es probable que Rusia impulse su agenda en conversaciones sobre Ucrania que han sido programadas para el jueves en Ginebra, relacionadas con los cancilleres de Rusia, Ucrania y Estados Unidos y el jefe de política exterior de la Unión Europea. Ucrania ya descartó cualquier discusión en Ginebra sobre una reorganización de su gobierno, aunque sus representantes dijeron que planean devolver una parte de los poderes de Kiev a las regiones y garantizar derechos al idioma ruso.
Los estadounidenses y los europeos deben dejar en claro que no aceptarán esfuerzo alguno por partir Ucrania entre este y oeste. Por su posición para soportar cualquier peso, los socios transatlánticos deben venir a Ginebra preparados para ser duros con Rusia.
Washington y Bruselas están conscientes de que el momento para sanciones simbólicas está llegando a un final, y Moscú los estará observando en Ginebra para sondear su seriedad y solidaridad. Eso no significa que Occidente necesite marcar líneas rojas de advertencia de cara a la reunión.
Significa que si Rusia no retira sus fuerzas de la frontera y deja de incitar a secesionistas en el sureste de Ucrania, los socios transatlánticos –y en particular los europeos, quienes tienen vínculos económicos considerablemente más profundos con Rusia que con Estados Unidos– deben alcanzar un consenso claro y vinculante con respecto al siguiente nivel de sanciones.
Estas deben incluir penalizaciones sobre comercio y finanzas de largo alcance que sean dolorosas y costosas para ambas partes. Es imperativo que Putin vea un frente unido.
© The New York Times 2014.