El legendario rey Canuto (995-1035 d.C.), soberano de Inglaterra, Escocia, Dinamarca y Noruega, famoso por su proverbial sabiduría, era comparado como el Salomón moderno; siempre acompañado de sus cortesanos reverentes apoyaban todas sus acciones y obviamente nadie era capaz de criticar a su rey.

El rey Canuto preguntaba a los consejeros qué debía hacer para enfrentar los problemas de su reino, pero sus cortesanos respondían que él como soberano tenía todo el poder en sus manos y por lo tanto la solución. Es entonces cuando el rey realiza el anecdótico hecho histórico de ir con sus asesores a la playa y caminando hacia el mar, increpar a las olas para decirles que se detuvieran porque él era el rey; pero las olas seguían su curso normal, hasta que sus consejeros lo tomaron retirándolo de la fuerza de las olas que podían tumbar y ahogar al rey. Acto seguido el rey preguntó a todos sus asesores si aprendieron la lección que les quiso enseñar. El rey Canuto quiso mostrar a sus ministros, asesores y por su intermedio a todo el pueblo, que el poder tiene límites. Ordenó que no se hablara más del poder ilimitado de Canuto. El rey se quitó su corona y mandó a que se la pusieran en una imagen de Cristo crucificado, como una muestra de humildad y reverencia ante el verdadero rey, y dictaminó: “Todos los habitantes de este mundo sepan que vano y trivial es el poder de los reyes (gobernantes) y que nadie merece el título de rey, salvo aquel a cuyas órdenes el cielo, la Tierra y el mar obedecen por leyes eternas”.

En la actualidad proliferan los soberbios gobernantes seccionales y nacionales, cual si fueran rey Canuto, revestidos más que de poder, de soberbia, cual niños ingenuos que creen en su infantil inocencia ser superhéroes que luego de no ser corregidos a tiempo se creen superhombres o supermujeres y hasta predestinados con el trauma de ordenar.

La virtud que hace falta es la humildad de reconocer los límites de los poderes humanos, el ejemplo del rey Canuto debe ser edificante en el sentido de no sentirnos halagados hasta envanecernos y cegarnos por los falsos consejeros; por el contrario “el que obedece consejos es sabio y el cuerdo encubre su saber”. (Proverbio 12: 15,23). Cualquier parecido con el rey Canuto es una coincidencia histórica, anecdótica, pero que en el mejor de los casos debe ser aleccionadora la ejemplar acción antes citada.

Fernando Coello Navarro, Guayaquil