PUERTO PRÍNCIPE, Haití

Ella era una adolescente de 13 años que habló de ser golpeada a diario por extraños que la obligaban a trabajar sin paga en sus hogares, por lo que deseaba escapar.

Marilaine era una de 200.000 o más niños haitianos llamados ‘restaveks’, que los utilizan típicamente como sirvientes sin paga en casas de desconocidos, trabajando por comida y un sitio para dormir. Es un vasto sistema de tráfico infantil que a menudo se caracteriza como una forma de esclavitud moderna. Seguí a Marilaine durante una semana en Haití mientras intentaba huir, encontrar a sus padres y empezar la vida de nuevo, y esta es su historia.

Marilaine creció en una remota comunidad donde no hay planeación familiar o escuelas públicas, una de doce hijos de padres en la pobreza que se separaron más tarde. En las palabras de Marilaine, un día cuando tenía 10 años de edad, caminó hasta la casa de su padre para pedirle que le ayudara a pagar las cuotas escolares. En vez de hacerlo así, la envió a este lugar, la capital, a trabajar como restavek, término criollo empleado para describir a niños jornaleros, sin siquiera informárselo a la madre.

“Mi padre no quería gastar dinero en mis cuotas escolares”, explicó Marilaine.

Como es común entre restaveks, Marilaine dormía en el suelo y despertaba cada mañana a las 05:00 para limpiar la casa, ir por agua y lavar platos. Dice que la golpeaban a diario con cables de aparatos eléctricos.

Marilaine no tenía permiso para ponerse en contacto con su familia. Una vez, cuenta, intentó huir pero fue capturada y golpeada. En la escuela, lloraba a menudo, y tenía cicatrices en brazos y piernas por las golpizas.

Sin embargo, el sistema restavek no siempre equivale a esclavitud.

A veces, el menor recibe más comida y educación de lo que habría tenido en su propia familia (dos tercios de los restaveks son niñas). Marilaine dice que le daban de comer bien y que también le permitían asistir a una escuela vespertina sin costo.

Muchos restaveks haitianos son tratados peor. Una restavek de 12 años a la que entrevisté dijo que se levantaba cada mañana a las 4 para dejar todo listo para “las princesas”, como llama a las jóvenes adolescentes en la casa. Todos en la casa la golpean, dice, y se niegan a permitirle que vea a su madre por temor a que pudiera huir.

Un grupo de ayuda llamado la Fundación de la Libertad Restavek ayudó a Marilaine a escapar de su casa y encontrar refugio en una casa de seguridad para restaveks. El humor era festivo en el hermoso hogar mientras la docena de niñas que vive ahí vitoreaba la llegada de Marilaine y la abrazaba.

Marilaine tomó un libro, diciéndome que no le permitían tocar libros en su vieja casa. Se probó ropa nueva. Durmió en una cama.

Sin embargo, la familia para la que Marilaine había estado trabajando estaba furiosa. Visité a la señora de la casa e insistió en que ella nunca había golpeado a la niña y que, de hecho, le habían secuestrado a Marilaine.

El líder de la asociación de vecinos, Junior Pataud, ofreció una defensa contradictoria. “En la cultura haitiana es normal pegarle a un niño”, dijo. “Pero eso no equivale a maltrato”.

Al día siguiente, los vecinos se reunieron furiosamente afuera de la escuela donde Marilaine había estudiado, culpándola por el escape de la niña y amenazando con prenderle fuego a menos que Marilaine fuera devuelta. Después de varias horas de tensas negociaciones, la Policía evitó un disturbio.

Unos cuantos días más tarde, conduje durante varias horas con la Policía y la Fundación Libertad Restavek hasta la aldea de Marilaine. Cuando Marilaine salió del automóvil, familiares y vecinos quedaron pasmados. Ellos habían supuesto que ella había muerto varios años atrás.

Sin embargo, la reunión fue un chasco. La madre de Marilaine no parecía emocionada ni en lo más mínimo de ver nuevamente a su hija, y Marilaine dejó en claro rápidamente que deseaba regresar a la casa de seguridad en la capital, para que así pudiera asistir a una buena escuela. La Policía le dijo a Marilaine que tendría que permanecer en la comunidad con su familia, y ella rompió en llanto.

Las autoridades probablemente permitan con el tiempo el regreso de Marilaine a la casa de seguridad de la Fundación Libertad Restavek, pero el episodio fue un recordatorio de que ayudarle a la gente es una tarea compleja y cuesta arriba; y que el problema subyacente detrás del tráfico humano es la pobreza.

Una forma de combatir este tráfico humano sería el suministro accesible y sin costo de control de natalidad, para que mujeres como la madre de Marilaine no terminen con doce hijos a los que difícilmente pueden alimentar.

Otra sería proporcionar educación pública sin costo, para que los padres no sientan que la única forma de que sus hijos reciban educación es enviarlos lejos como restaveks.

Es por eso que lo que está en juego en el combate de la pobreza mundial no es solo el ingreso de la gente pobre. De igual forma, es dignidad y libertad, así como el derecho de una niña a crecer en algo mejor que casi esclavitud.

Mi deseo de Año Nuevo es: “Ojalá Marilaine encuentre finalmente la libertad y una educación en el 2014.

© The New York Times 2014.