“¡Silencio, señores!”. A viva voz, la orden de Júnior Roldán Paredes se acató enseguida. Uno a uno, los presos que deambulaban por aquel pabellón de la Cárcel Regional 4 de Guayaquil, como en shock, se silenciaron. “Usted hubiese visto, la gente empezó a meterse en sus celdas, y los pocos que quedaron en el patio, agachados la cabeza, calladitos. Le tienen terror”.