Pedro escucha el motor de una camioneta a diésel que entra despacio al parqueadero de una ciudadela. El hombre que labora como guardia independiente se pone en alerta. Divisa a tres individuos en el interior del carro. Deja su lugar de descanso para hacerse notar por los desconocidos. Toma con la mano su única arma: un silbato, que, de alguna manera, sirve para ahuyentar a malandros o avisar a los vecinos sobre intentos de robo de los carros del sector.