Por Lupe Carrión Campaña

Cuando hablamos de educación de calidad, solemos pensar en planes de estudio, capacitación docente, metodologías, idiomas, tecnologías o excepcionales materiales didácticos.

Si bien todo eso puede ser importante, no podemos pasar por alto la importancia que tiene la infraestructura escolar y cómo esta puede ser un ambiente seguro que favorezca y potencie el aprendizaje, el bienestar integral, el desarrollo de habilidades, etc.

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Un entorno escolar seguro, accesible y estimulante puede potenciar los procesos cognitivos y socioemocionales de manera significativa, ofreciendo también oportunidades sensoriales, de movimiento y de interacción.

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Los niños aprenden con el cuerpo, a través del juego, del vínculo con sus pares y adultos, y de la exploración activa de su entorno. Una infraestructura diseñada desde estos principios puede favorecer el desarrollo del lenguaje, la motricidad, la creatividad y la resolución de problemas, entre otras habilidades.

Aulas en buenas condiciones de pintado y mantenimiento, así como un buen techado, salones bien iluminados, ventilados, con mobiliario adecuado al tamaño y necesidades de los niños según su edad, patios seguros, adecuaciones para las personas con discapacidad, áreas verdes que favorezcan el contacto con la naturaleza, baños higiénicos y zonas de juego bien diseñados no son lujos, sino necesidades básicas para un desarrollo sano.

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No son elementos decorativos ni estéticos, son ambientes que incluso posibilitan un sentido de pertenencia puesto que nos sentimos bien en un ambiente acogedor y agradable. Que esto no sea una utopía dependerá del compromiso de las autoridades y gestores actuales del país, que tomen la educación como una prioridad, y que las aulas deplorables e insalubres sean parte del pasado.

Colegio Vicente Rocafuerte. Foto: Redacción
Colegio Vicente Rocafuerte. Foto: Redacción
Canchas y juegos anegados en una escuela en Milagro. Foto: Cortesía

El desarrollo integral en la infancia implica mucho más que adquirir conocimientos académicos. Significa crecer en contextos que nutran todas las dimensiones del ser: la física, la emocional, la social y la cognitiva.

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Un entorno escolar adecuado puede convertirse en un espacio donde los niños no solo aprenden, sino también se sienten seguros, valorados y capaces. Desde esta perspectiva, la infraestructura no es un complemento, sino un componente esencial del proceso educativo.

Además, cuando los espacios escolares promueven el juego libre, el arte, la convivencia y el contacto con la naturaleza, están sentando las bases para una infancia saludable y resiliente.

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Cada rincón bien pensado puede convertirse en una oportunidad de aprendizaje, de expresión o de contención. En un país que apuesta por la infancia, cada aula, cada patio y cada rincón escolar debe reflejar esa apuesta con dignidad y compromiso.

Hay que tener en cuenta que la pedagogía y la neurociencia coinciden en que los entornos físicos influyen directamente en la concentración, la motivación, el comportamiento y la salud emocional de los estudiantes.

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Un aula con colores agradables, materiales organizados y zonas diferenciadas para distintas actividades estimula la curiosidad, fomenta la autonomía y promueve el aprendizaje activo. Por el contrario, un entorno deteriorado, frío o inseguro puede generar ansiedad, caos, desmotivación o incluso afectar la autoestima de nuestros niños.

Invertir en infraestructura escolar no es solo una cuestión de gustos o comodidad. Es una inversión en salud, equidad y desarrollo humano. Garantizar espacios seguros, inclusivos y estimulantes es asegurar el derecho de cada niño y niña a crecer y aprender en las mejores condiciones posibles. (O)

*Carrión Campaña es psicopedagoga y magíster en neuropsicología.