Nota del editor: Esta historia debió ser exclusiva para nuestros suscriptores, pero como un aporte a quienes se esfuerzan por emprender y mejorar la economía del país, la ofrecemos abierta a todas nuestras audiencias.


Hace más de nueve años, Belén Guédez viajaba a Ecuador para visitar a su hermana, ambas nacidas en Venezuela. Después se enteró de una oportunidad laboral como wedding planner y decidió aceptarla.

Se mantuvo ahí, aprendió de diseños, estampados, aunque la jornada era esporádica. Después impulsó su propio atelier de novias, negocio que cerró a causa de la pandemia de COVID-19.

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Belén se encontraba en una situación en la que sentía la necesidad de reinventarse. “Un día me senté y dije no puedo continuar con lo de novias, porque eso estaba totalmente paralizado, y dije ¿qué fortalezas tengo?”, entonces pensó en otros elementos que le den una oportunidad de ingreso.

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“Es ahí cuando empiezo a analizar y estampar lo que son individuales, servilletas, pero con el plus de que los diseños sean míos”, dice Belén, quien mientras realizaba esa actividad, se encontraba con depresión y frustración por el negocio que cerró y el haber dado a luz en medio de una pandemia, por lo cual para ella fue su desahogo.

“Vengo arrastrando una depresión de haber quebrado un negocio no por mí, sino por las circunstancias, de estar aislada con mi esposo (Felipe) en la casa, de dar a luz un niño pandemia, era muy vulnerable. Era como mi desahogo y vi un potencial en el producto que cada día fui explotando un poco más. Mi esposo mientras me iba adaptando, decidió acomodarme un espacio detrás de la casa para tener mi taller (con la nueva idea de negocio)”, cuenta Belén, quien en ese espacio afloró su lado más creativo.

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Creó diseños de flores, pavo real, frutas y los colocó en tela mediante un proceso digital. “Tenía muchos nervios porque era algo que yo no tenía, ni la clientela, ni maquinaria, ni la certeza de que iba a ser un producto que iba a perdurar. Arrastré las clientes que tenía de novia, que ellas ya se habían casado y querían poner su casa bonita, y empecé a vender”, señala Belén, quien hoy es la directora creadora de Atelier Belén Guédez, en Quito.

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Desde mayo hasta septiembre de 2020, Belén agarró fuerzas y se puso como objetivo sacar adelante el negocio. Se levantaba a las 03:00, estampaba piezas y hasta hizo los montajes en su casa: “Poco a poco fui entrando en calor laboral entendiendo que la vida no se acababa, que podía reinventarme y hacer algo distinto, y aproveché cada una de las circunstancias”.

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En la planta se vuelven realidad los diseños de la emprendedora. Foto: Alfredo Cárdenas. Foto: Alfredo Cárdenas.

Usaba la impresora de su casa, una estampadora pequeña. Su esposo, que es ingeniero mecánico, le ayudaba con las máquinas. “Nos fusionamos los dos para industrializarnos un poco más”, dice Belén hasta que con el tiempo ese proceso fue más actualizado y hasta necesitó de más manos: ahora son doce personas que la acompañan.

Belén es consciente de que su producto no es de primera necesidad sino de “capricho” o “hobby”. “Ese producto que te llena el ego al momento de recibir a invitados en tu casa y armar algo muy bonito, pero no es un producto que obligatoriamente lo necesitas tener en casa”, cuenta y sostiene que es de fácil acceso. Por ejemplo: servilleteros de $ 1, portavasos de $ 1,50, caminos de mesa en $ 16, entre otros. Entre los más vendidos están los diseños de colibrí y limones.

La también diseñadora de modas recuerda que ese primer año fue complicado. “No hubo ganancia de nada”, señala y agrega que entre el 2021 y 2022 registró un crecimiento del 30 %. “En la pandemia quedamos en 0 (por el cierre del otro negocio), los pocos ahorros fueron para liquidar a mis empleados y no dejarlos en el aire. Arrancamos (con el actual) de una manera lenta, pero creciendo como la espuma y así vamos poco a poco, pero no fue de la noche a la mañana”, recalca Belén.

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La emprendedora está orgullosa de que sus creaciones de mosaicos, diseños marinos, mediterráneos no solo estén en Quito, sino en Guayaquil y en otras ciudades que compran al por mayor. “Yo quería un producto con el que me sintiera libre de poder ofrecer lo que a mí me saliera de la creatividad, me identificara por un estilo, que vieran el producto puesto en la mesa y digan: ‘Esto es de Belén’”, dice la diseñadora de 33 años, quien está cumpliendo ese sueño.

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Ella maneja nueve programas como Illustrator y Photoshop. “A veces me vuelvo loca”, indica Belén mientras sonríe, aunque ha sabido delegar en su equipo de trabajo. “Soy una persona que mientras más pueda enseñarte para que no dependas de mí, más productivo va a ser el espacio de trabajo. Porque cuando depende de mí, se paraliza todo, entonces me he encargado de entrenar a las personas que tengo en ciertas funciones, incluso si me llega a faltar una persona, no se me rompe el eslabón, cualquiera la puede cubrir”, comenta Belén, quien también se inspira en las 1.000 plantas que tiene en su casa.

Para Belén, el desarrollarse en otro país y formar una familia han sido sus logros. “Es complicado encajar en un sitio donde no has vivido, ahora puedo aportar dando empleo. Otro logro no profesional es mi familia, me siento plena. Extraño muchas cosas de Venezuela, pero Ecuador es mi hogar”, dice la emprendedora y agrega que aunque al inicio sufrió de xenofobia, prefirió enfocarse en lo positivo.

¿A qué aspira con el negocio? Espera ampliar los productos y tener un almacén más grande e incluso vender muebles, ya un concepto completo de decoración. “Arrancar no es lo difícil, es mantenerse, porque tienes muchas responsabilidades”, apunta. (I)