Roberto llegó a su casa del trabajo preocupado por la salud de sus padres, ya que el progenitor tenía dos días con síntomas gripales y temía que pudiese ser COVID-19, el virus del que ya todos hablaban en Ecuador. Iba a llamarlos cuando vio en la televisión al presidente de la República, Lenín Moreno.
Subió el volumen y escuchó: “He decretado el estado de excepción en el país, se cierran los servicios públicos a excepción de salud, seguridad, servicios de riesgos… a partir de mañana martes (17 de marzo de 2020) rige el toque de queda desde las 09:00 hasta las 05:00…”.
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Era la noche del 16 de marzo de 2020 y al igual que él, miles de ciudadanos estaban atentos al anuncio nacional, que a esa hora era transmitido por todos los medios de comunicación.
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Desde ese momento el mandatario decretaba el estado de excepción en Ecuador y anunciaba otras medidas drásticas para frenar la pandemia, como la suspensión del trabajo presencial público y privado (excepto para la cadena productiva, de salud y otros específicos); el cierre de comercios que no sean de alimentos, de medicina y salud; la suspensión del transporte interprovincial, de los vuelos domésticos y la circulación particular… Desde el siguiente día, 17, solo se podía salir de los hogares para comprar víveres y medicinas e incluso había restricción para movilización de los vehículos particulares
Así, hace un año, empezó el confinamiento o cuarentena obligatoria en Ecuador. Esa noche del anuncio presidencial los que estaban en las calles llenaron tiendas y comercios que estaban abiertos para abastecerse de alimentos. A Roberto todo lo tomó desprevenido y desde esa noche empezó lo que él llama “una dura batalla por sobrevivir”.
El 2020 marca un año que nos dio muchísimas lecciones, enseñanzas y aprendizajes, entre esos está el aprender a vivir en una crisis permanente, del día a día. Y aprendimos también a administrar un poco el miedo con más medidas de seguridad, con más cuidados”.
Homero Ramírez Chávez, sociólogo.
“Con los compañeros del trabajo (en una tienda de electrodomésticos en la Bahía) nos timbramos enseguida, nadie sabía nada. Al día siguiente fuimos y solo pudimos trabajar unas horas, nos hicieron cerrar… Luego dizque a vender desde las casas, a estar encerrado… Mi papá empeoró (el 23 de marzo), no encontraron una cama para ingresarlo y falleció (el 26), no supimos si de COVID-19 o qué, pero no resistió… En abril nos botaron del trabajo… se enfermó mi suegra, un cuñado, un hermano… no teníamos ni qué comer… fue terrible, pasé noches en vela, llorando, sin saber qué hacer y encima encerrado, sin poder salir a buscar trabajo”, recuerda Roberto.
Para él y su familia, el 2020 fue el peor año, un año marcado por el sufrimiento, por el desempleo, por la derrota, por la tensión y por la angustia, dice.
Y no solo él experimentó aquello. El personal sanitario también se vio afectado física y psicológicamente. Los pacientes no paran de llegar y ellos debían doblar turnos, mientras cubrían también los vacíos que dejaban sus compañeros que enfermaron por el virus y que incluso murieron.
Otros, en cambio, quedaron impresionados por la forma en la que morían los pacientes y por los cuerpos amontonados que vieron en algunas dependencias como en el hospital de Los Ceibos, del IESS, y en el Guasmo sur, sur de Guayaquil.
También tuvieron afectaciones las familias que vieron morir en sus casas y en sus brazos a sus parientes. “Tuve casi un mes de pesadillas, de recordar cómo murió mi papá, luego de cómo nos enfermamos… A la medianoche me levantaba asustado, llorando y hasta sudando, sentía que me ahogaba y que no podía más”, recuerda Alberto, quien tuvo que buscar ayuda psicológica para superar aquel trauma.
Otros ciudadanos incluso convivieron con los cuerpos de sus parientes por más de cuatro días, pues el sistema había colapsado y no había quién recoja los cadáveres de las viviendas. Otros ciudadanos en su desesperación empezaron a quemar en las calles las pertenencias de los fallecidos.
“Va a ser un año, el 2020, recordado por la historia como un año, digamos así, perdido prácticamente para Ecuador en su desarrollo, perdido para muchos ecuatorianos porque perdieron a sus familiares, sus trabajos. Y también va a estar cargado de muchas historias y de anécdotas de cómo vivimos durante todo el 2020. Y aparte de eso, aprendimos a saber lo que es el miedo generalizado, el miedo social y tuvimos que aprender a administrar ese miedo, esas ansiedades. Otra de las cosas importantes es que se perdieron miles de vidas de ecuatorianos, que por lo menos en un principio, que comenzó con muertes masivas, no recibieron una sepultura adecuada a nuestras tradiciones y formas de despedir a nuestros muertos”, dice el sociólogo Homero Ramírez Chávez, exdirector de la Escuela de Sociología de la Universidad de Guayaquil.
Ante la tensión y las afectaciones psicológicas de la población en los meses más críticos de la pandemia hubo también ayudas por parte de universidades y de grupos de la sociedad civil, que dieron atención telefónica gratuita e hicieron de contención ante la desesperación que experimentaban muchos habitantes.
“Todos, de una o de cierta manera, nos vimos afectados por la situación que vivimos como país. Tenemos la parte económica, la parte de la salud, familiares que se vieron afectados. Afectación psicológica en la población sí hubo. En la universidad pusimos a disposición (desde abril) la línea de teleasistencia psicológica en los meses críticos de la pandemia y tuvimos un número importante de llamadas de personas con crisis de ansiedad, de angustia, de depresión, que poco a poco se fueron superando, pero sí ha quedado una afectación. Lo que fuimos en marzo del 2020 no somos los mismos ahora en marzo del 2021”, cuenta María José Abad Morán, psicóloga y directora de la Escuela de Psicología de la Universidad de Especialidades Espíritu Santo (UEES). (I)
Más se vieron afectadas las personas que tuvieron pérdidas humanas durante la pandemia. También los adultos mayores que hasta ahora tienen un poco más de restricciones de salidas o los ya mayores que se quedaron en la modalidad de teletrabajo y que no pudieron volver presencialmente, por el mismo hecho de perder el contacto con las demás personas, porque el ser humano es social por esencia. También están los niños, los adolescentes”.
María José Abad, psicóloga.