Patricio Sandoval y su nieto, de 9 años, miraban atentamente los años viejos colocados en uno de los parqueaderos del parque La Carolina, en el norte de Quito.
El chico buscaba un monigote del alcalde de Quito, Pabel Muñoz, pero no lo encontró, por lo que se estaba animando a adquirir uno infantil, comentó su abuelo.
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Para Sandoval, quien está jubilado, hay menos monigotes de los denominados tradicionales, que eran rellenos de aserrín. “No se quemaban nunca”, mencionó entre risas.
El inicio de la presencia de los años viejos en la capital podría haberse dado con la llegada del ferrocarril a la ciudad, en 1908.
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Gabriela Pavón, historiadora del Archivo Metropolitano de Historia de Quito, señaló que no hay una certeza específica, pero hay algunas menciones de que para finales del siglo XIX en Guayaquil al terminar el año personajes enmascarados llevaban muñecos que eran quemados.
Al parecer, agregó, esa tradición del Puerto Principal en la Costa llegó a la Sierra y a Quito con el arribo del ferrocarril debido a la diversificación del comercio y el compartir entre ambas regiones.
Los años viejos aparentemente se fusionaron con las celebraciones de los Inocentes, ya que en la capital se realizaban desde el 28 de diciembre hasta el 6 de enero e incluían la quema de los monigotes.
Inocentes era un juego de mascaradas, de corsos de flores, y de ocultarse detrás del personaje de la máscara para poder convertirse en alguien más.
Apareció entre los siglos XVIII y XIX, pero fue mermando en el siglo XX. En los años 60 se dejaron de hacer las celebraciones de los Inocentes que incluían desfiles, bailes generales en las plazas, en barrios y hoteles, pero quedó la quema de los años viejos. En esa época, además, se empezaron a organizar concursos.
En La Carolina aún hay años viejos vestidos con ropa usada, caretas, pero ya no rellenos de aserrín sino de papel.
La tradición de usar ropa vieja o usada y aserrín para rellenar un año viejo podría estar relacionada con una celebración española de la quema del Judas que se hacía en Semana Santa.
Se quemaba una especie de monigote relleno para eliminar el mal. En Alangasí, a unos 30 minutos de Quito, en el Domingo de Resurrección se quema un monigote del diablo, indicó Pavón.
Varios autores, añadió la especialista, refieren que la ropa vieja es una alusión a que la vestimenta tiene esa energía y engloba lo ocurrido en el año que termina y que al quemarse con fuego actúa como un elemento purificador.
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En el sector de Carcelén, en el extremo norte de la ciudad capital, en unas cinco carpas se empezaron a ubicar monigotes rellenos de papel, pero también de cartón a colores que son traídos de la calle 6 de Marzo de Guayaquil.
En uno de ellos estaba María Trejo. Había de políticos y de personajes de series de televisión. A $ 10 se venden los de papel de tamaño grande, en tanto que los pequeños costaban $ 5.
Yolanda Balcázar buscaba un muñeco para quemarlo en su oficina. Escogió una careta de un expresidente que ya falleció. Para ella, se quema la representación política por el coraje ciudadano.
En la empresa en la que labora queman a un jefe porque, a su criterio, es de buena suerte.
Stalin Toapanta, quien trajo unos 100 monigotes de Guayaquil, explicó que si bien venden los de papel, más demanda tienen los de cartón.
Antes iban a Guayllabamba en un camión para traer los rellenos, pero desde hace unos diez años van al Puerto Principal.
Todavía se mantienen ciertos remanentes de crítica política y social, de la picardía, dijo la historiadora. Es una manera de eliminar estos elementos negativos que pudieron haberse asociado a la política o a la situación del país, y de esperar con esperanza lo que traerá el año nuevo.
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Agregó que se empezaron a tomar personajes históricos, se hacían sátiras de personajes de la comunidad, de los barrios, al vecino.
Las nuevas generaciones prefieren temas de películas y, a su criterio, es importante que la tradición cambie porque a quienes no les place hacer crítica política bien pueden encontrar una manera diferente de representarla.
En uno de los parqueaderos de La Carolina, Karina Achi refirió que venden los tradicionales años viejos de Quito, hechos con ropa, relleno y con careta, pero la ciudadanía está tomando como tradición los que se traen de Guayaquil, por lo que para este año adquirió quince monigotes, aunque se quejó del precio. Los tradicionales comentó, que suelen llevar para las oficinas, valen entre $ 5 y $ 15.
La historiadora recordó que muchas personas conseguían ramas grandes de eucalipto para adornar las tarimas donde se colocaban a los años viejos, pero actualmente ya no se usan por un tema medioambiental e incluso hay adaptaciones, pues hay muñecos que vienen en cajas de aluminio fácilmente desechables.
Pavón indicó que es una tradición que se va heredando y se comparte en familia. No es solamente la cena y darse el abrazo.
Las nuevas generaciones la están adaptando a sus realidades, con lo que se conseguirá que sea imperecedera en el tiempo, añadió. (I)