En la parroquia de Alangasí, en el suroriente de Quito, entre el parque central y varios monumentos que guardan un centenar de historias y tradición, están los Pingulleros de Alangasí, un grupo colonial que nació antes de la conquista y su legado permanece vivo en las nuevas generaciones.

El latir de la Pachamama es la representación de los mamacos o pingulleros que se formaron con el objetivo de crear tonos musicales para los danzantes que desfilaban por plazas y avenidas al son del tambor y el pingullo (instrumento musical de silbido).

Orlando Mejía, director de los Pingulleros de Alangasí, explicó que toda historia tiene su lado oscuro, pues más allá de las comparsas y los asombrosos ritmos que componían los miembros de este grupo, el machismo permanecía arraigado y solamente los hombres podían ser parte de esta fiesta.

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“Hace años era imposible que una mujer toque el pingullo o baile de ruco, ya que representaba a la persona que labra la tierra y lógicamente tenía que ser un hombre, por ello el machismo estaba totalmente marcado”, apuntó.

El pasar del tiempo trajo consigo un cambio cultural y Orlando descubrió a la primera niña pingullera. Madelein Barre llegó a Quito con sus padres hace doce años, por cosas del destino la vida los llevó hacia Alangasí, donde se enamoraron de los melodiosos sonidos que el pingullo emitía.

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QUITO.- Niños desde los 8 años aprenden a entonar el pingullo y lo combinan con percusión. La primera niña pingullera, Madelein, es la precursora para que se tome en cuenta a los más pequeños y, sobre todo, a las mujeres. Foto: Alejandro Ortiz

“Fue Madelein que empezó desde los 7 años, hoy tiene 12 y ha despuntado. Recuerdo que el pingullero líder, a última hora, nos dijo que no salía desfilando en unas fiestas parroquiales, entonces Madelein salió a la cabeza y tuvo el título de ‘Mama Oficial”, contó el hombre.

Su padre, Boris Barre, quien también es parte del elenco de pingulleros y tiene la fortuna de compartir escenario con su hija, dijo estar completamente orgulloso de lo que Madelein ha conseguido, ya que desde su estancia en la capital jamás dejó de hablar de música.

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Vestida con una camisa amarilla y sombrero negro, Madelein no dejaba de sonreír con el pingullo en las manos y el tambor colgado en el hombro. El instrumento tenía varias imágenes religiosas que para ella significaban un amuleto de la suerte en cada presentación.

Su afición por este arte se fue nutriendo con los días, sin embargo, después de tres años supo que era la precursora para que más niñas y mujeres se integren a los distintos grupos de pingulleros que existen en el Ecuador.

“Bueno, al principio yo no sabía, después de dos o tres años me dijeron que he sido la única y me impulsaron para no dejar la tradición y ayudar a las demás mujeres para que sean parte de este grupo”, añadió Madelein.

Hoy en día, los Pingulleros de Alangasí tienen cuatro años funcionando como un taller que está a cargo de Orlando Mejía. Allí recibe a personas de todas las edades, como es el caso de Alan y Matías, dos niños de 11 años que tocan a la perfección sin perder el compás en ningún momento.

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De igual forma están Juan Flores y Wilson Quishpe, quienes implementaron una nueva clase de instrumentos a base de materiales reciclados y así construyeron un artefacto de percusión con papel higiénico licuado, polvo de aserrín, goma, agua, talco y cal.

QUITO.- El pingullo es un instrumento musical de silbido y lo acompañan con el clásico tambor para crear tonos musicales en fiestas parroquiales. Antes de la conquista era utilizado en ritos fúnebres. Foto: Alejandro Ortiz

“Se le va haciendo capas finas y se le va armando la caja. Igual está hecho con cuero de chivo y los aros de yana ango, que es una vara resistente que nace en las quebradas”, indicó Juan.

El director de Pingulleros de Alangasí mencionó que desde la llegada de los españoles a territorio ecuatoriano el pingullo fue utilizado en ritos fúnebres, pero ahora han intentado darle otro sentido y también incursionar en otros ritmos nacionales, como el albazo, el pasillo o el pasacalle.

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Finalmente, invitó a todos quienes gusten de esta cultura tradicional para que puedan formar parte del elenco y participar en innumerables fiestas y presentaciones que tendrán en este rincón escondido entre La Merced, Rumiñahui y Conocoto, en Quito. (I)