En medio de calles angostas y caminos empedrados, en el sector de Las Casas, en el norte de Quito, se encuentra escondida entre la neblina y las faldas del volcán Pichincha la última hacienda dentro de la ciudad.
A 3.200 metros de altura, en la cumbre del barrio La Primavera, se sitúa lo que un día fue el terreno de una cantera que abasteció de piedra para la construcción del centro histórico y gran parte del norte de la ciudad, como la estructura de la hacienda misma.
Se trata de la hacienda Rumiloma. Una rústica edificación que guarda grandes secretos y objetos invaluables que datan de la época de la Revolución francesa. Muebles, candelabros, espejos del tiempo colonial, hasta un piano antiguo llegaron en barco desde Europa para adornar sus paredes que transportan hasta otra época.
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Su historia se inicia en el 2005. El matrimonio de una coleccionista irlandesa y un andinista ecuatoriano dieron vida a este rincón de Quito que ha sido testigo de cientos de historias trágicas y románticas.
Adrián Agila, administrador del lugar, contó que días posteriores a su inauguración un lamentable evento casi ocasiona el cierre de la hacienda.
“En un inicio las habitaciones eran de techo de paja, se produjo un incendio y este se quemó, así como gran parte de la colección que los propietarios habían traído. Ver fotografías de lo que pasó en su momento es muy triste”, expresó él.
Sin embargo, poco después unieron fuerzas y la volvieron a levantar. Alrededor de una fogata, todos sus trabajadores se hicieron la promesa de no perder el patrimonio que habían forjado. Hasta que llegó el 2020.
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El año de la pandemia del COVID-19 que hizo tambalear sus bases. Oswaldo Freire, propietario de la hacienda Rumiloma, había señalado que la situación era insostenible y sus empleados se quedarían sin trabajo, inclusive su madre, quien era dueña de las recetas que se preparaban, aseguró Agila.
“El grupo de cocina se reunió, le pidieron que les venda parte de la administración y él aceptó. Ahora somos una sociedad”, manifestó.
Las instalaciones de este importante mirador de Quito cuentan con aldabas antiguas en cada puerta, un bar de la Europa de siglos pasados y un confesionario de monasterios españoles que lo han modificado para que hoy en día funcione como una rockola.
Todo esto se combina con la cultura ecuatoriana al poseer pailas de bronce como lavamanos e inmensos baúles que se los utilizaba mientras duró la conquista. Entre tantos accesorios existen libros con más de 200 años, pinturas y símbolos originales de la realeza europea, que varios historiadores han intentado encontrar sus vestigios sin suerte alguna.
“Nos pasó con unas personas extranjeras. Cuando llegaron se quedaron impactados al ver un escudo de su familia del siglo 15 en nuestras paredes. El mismo correspondía a sus antepasados y representaba el honor de ellos”, añadió.
La mejor forma para llegar a este rincón es abordando la av. Mariana de Jesús hasta llegar a la zona del Teleférico y posteriormente empezar a ascender por la calle Obispo Díaz de la Madrid. Allí, una serie de letreros lo guiarán hasta la hacienda Rumiloma, escondida entre las faldas del Rucu Pichincha. (I)