Cae una tarde soleada en Quito. La brisa veraniega de junio corre por la avenida Río Coca, ahí, en la intersección con la calle París se levanta —en 2.616 metros cuadrados— la Compañía Nacional de Danza, fundada en el verano de 1976, hace 48 años.

El teatro, las salas de ensayos, los camerinos, el cuarto de vestuarios o los baños, son buenos lugares para desvestirse, vestirse, maquillarse, antes del ensayo de las obras.

Cuando el maestro, Héctor Sanzana, al mando del elenco ballet clásico, observa que están listos, instruye al equipo técnico sobre la luz y la música, entonces, suena la música incidental del compositor armenio Aram Khachaturian, y los bailarines aseguran sus máscaras y dejan en libertad su talento, su destreza, su habilidad, su técnica, su fuerza, su capacidad para transmitir emociones y contar historias a través del lenguaje que solo ellos dominan: su cuerpo y el movimiento, todo ello, mientras se mueven con exquisita sensualidad, gracia, fluidez, disciplina y fuerza.

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María Paula Maridueña se prepara para un ensayo con su elenco ballet clásico, para realizar varias presentaciones por el aniversario 48 de fundación de la Compañía Nacional de Danza. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas.

A la misma hora —en la sala de ensayos— Édison Anchundia, coreógrafo y director de escena, trabaja con su elenco pluricultural afinando detalles para su presentación. Los bailarines ejecutan la orden del director con naturalidad guiados por ritmos mestizos como pasillos, samba, vals y albazos. Esta obra coreográfica representa la riqueza cultural de las danzas mestizas patrimoniales y las diversas formas de interpretar la música tradicional.

Bailarines del elenco pluricultural durante un ensayo para realizar varias presentaciones por el aniversario 48 de fundación de la Compañía Nacional de Danza. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas.

En las filas de la Compañía había 15 bailarines, que conformaban el elenco contemporáneo, el año pasado incorporó a 34, es decir, dos elencos: el ballet clásico y el pluricultural, ahora suman 49 bailarines.

Con nuevos lenguajes y tendencias creativas, la Compañía logró mostrar y llegar con su danza a nuevos públicos en diferentes espacios tanto en el país como fuera de él. Entre 2021 y 2023 visitó 18 provincias de Ecuador y cuatro países: Estados Unidos, República Dominicana, Cuba y Chile. Ha participado en 18 festivales de danza nacionales y en tres internacionales. Por el aniversario 48 -por primera vez- el elenco de ballet clásico viajó a las Islas Encantadas para mostrar su arte.

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Otra línea de acción de la Compañía es la prestación de sus salas de ensayo y el teatro a gestores culturales, agrupaciones artísticas y colectivos del sector independiente para que puedan desarrollar su creatividad artística.

La Compañía organiza talleres de capacitación continua sobre la técnica de ballet clásico y contemporáneo, a cargo de coreógrafos y bailarines de sus propios elencos, dirigidos a niños, adolescentes y jóvenes. También organiza eventos de formación, laboratorios o workshops en diferentes técnicas y estilos enfocados a bailarines independientes.

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Bailarinas del elenco contemporáneo durante un ensayo para realizar varias presentaciones por el aniversario 48 de fundación de la Compañía Nacional de Danza. EL UNIVERSO. Foto: Alfredo Cárdenas.

Días después, Pablo Roldán, artista y performer, después de zanjar sus interrogantes sobre el cuerpo, el movimiento, la identidad, las nuevas tecnologías como la cibernética y la informática, su caudal de creatividad aterriza en la obra El último lugar del mar. Junto a sus quince bailarines del elenco contemporáneo, transforma el ambiente pacífico del teatro en un escenario frío, antiguo, tenebroso, bello.

En 50 minutos, los bailarines tejen —a través del movimiento— un ejercicio que se inclina a la poesía y logra transformar elementos como partes de árboles secos y huevos en poderosas metáforas de la vida y la muerte. Para concluir en estas escenas, Pablo, el timonel de este elenco, propuso a los bailarines revisar el mito griego de la hechicera Medea, una princesa bárbara que después de ser traicionada por su esposo, el héroe griego Jasón —en un acto de venganza— mata a sus hijos en común. Este mito surge en la obra cuando se manifiesta la posibilidad de dar vida y, después, quitarla, a través de lo ritual, lo artístico, lo tecnológico, la performance y la danza.

“Esto es posible gracias a una poética que rechaza la violencia como el mecanismo de control que, a lo largo de la historia de la danza, ha causado dolor en el bailarín para provocar placer en el público. En cambio, El último lugar del mar concibe la danza como la forma más acabada de encuentro y comunión del sujeto que danza consigo mismo, en un ejercicio de creatividad y entrega”, explica Pablo Roldán, artista y performer del elenco contemporáneo.

Los bailarines —que dan la impresión de que gozan de buena salud— han esculpido sus cuerpos, de tal forma que sus vientres son planos, sus tendones elásticos y su musculatura definida. ¿Cuál es su secreto? Pues no, no hay ningún secreto, es el resultado del esfuerzo, la disciplina y el sacrificio en su arduo entrenamiento diario. (E)

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