Quito

El roce del viento genera una melodía entre el frío amanecer en Quito. Aunque el sonido es tenue, la corriente no es muy fuerte, tampoco llueve. Es una mañana perfecta para Aníbal Rodríguez, quien desde hace 20 años se dedica a la limpieza de ventanas de edificios en altura.

Primero fija las poleas, luego verifica el estado de todo su equipo de descenso especializado, se cubre el rostro y orejas con un pañuelo, ubica su casco, prepara las cubetas de agua con los químicos y herramientas necesarias, suspira e inicia su descenso.

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Según el hombre de 40 años, este trabajo le ha servido para mantener a su familia. Aunque sabe que corre riesgo, se ha preparado para reducir al mínimo la posibilidad de un incidente.

Junto con sus compañeros se dedica a todo tipo de trabajo que vincule la altura en edificios: limpieza, mantenimiento, soldadura, entre otros. El equipo de arnés personal está valorado en $ 3.000 aproximadamente, pero “la vida no tiene precio”, agrega.

La calle con dos rostros: vía que marca límite de los cantones Quito y Rumiñahui está con un lado repavimentado y el otro deteriorado

Con pesar recuerda que ha conocido varias personas, algunos amigos, que han perdido la vida por no trabajar con los implementos de seguridad necesarios, otros han quedado con lesiones permanentes.

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“Todo trabajo tiene su riesgo (…), siempre debemos tener cuidado en instalar bien los equipos que son para este tipo de trabajo, porque hay mucha gente que usa una tablita, un casco de albañil, un arnés que no es para este tipo de trabajos, entonces ahí sí corren peligro”, agrega mientras piensa en sus cuatro hijos.

QUITO.- Aníbal Rodríguez se dedica a todo tipo de trabajo que vincule la altura en edificios, limpieza, mantenimiento, soldadura, entre otros. Foto: Andrés Salazar

Dos de ellos viven en España, con su mamá. Los otros dos están con él en Ecuador. Aníbal dice que su trabajo no es malo, pero quiere que sus hijos sean mejor que él, que no se dediquen a lo mismo. A él, el riesgo de su profesión le ha obligado a tomar cada vez mayor preparación y cuidado, pues siempre piensa en volver a casa y disfrutar de sus hijos un día más.

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En lo mismo piensa Manuel Gallardo, miembro de la Empresa Eléctrica Quito (EEQ), quien forma parte de uno de los equipos que trabajan todos los días en el manejo y mantenimiento de las líneas de mediano y alto voltaje.

Es decir, cada vez que se necesita el cambio o reposición de un poste de luz, un equipo especializado se encarga de ello.

Su trabajo de 33 años le convirtió en el jefe del Grupo de Líneas Energizadas, eso conlleva mayor responsabilidad, pero todavía toma su arnés, el casco y sube a la canastilla del vehículo de la empresa para manipular los cables con la destreza y cuidado de un cirujano en plena operación.

QUITO.- Manuel Gallardo trabaja desde hace 33 años en la Empresa Eléctrica Quito. Con orgullo afirma ser un padre que todos los días espera regresar a ver a sus hijos. Foto: Carlos Granja Medranda

Aunque su vida está en constante riesgo de una electrocución o caída desde altura, todavía recuerda el primer día de trabajo, era un joven de 17 años y como vivía cerca de un campamento de la EEQ aprovechó para trabajar en las vacaciones de verano.

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Ese primer ingreso es el que hasta ahora le mantiene con la misma pasión por llevar la energía a los hogares de todo el Distrito Metropolitano de Quito (DMQ).

El riesgo más cercano está en su mente todavía: hace años recibió una descarga eléctrica, lo que le afectó el nervio ciático y la pierna izquierda. Puntualiza que se debió a que un cable se resbaló y tocó su cuerpo, recibiendo la descarga. Ahora agradece que no hay señales de ese incidente y que no padeció un problema mayor como una amputación o la muerte.

Manuel tiene un hijo de 23 años y una hija de 5, entre suspiros expresa que son la razón por la cual regresa con una sonrisa después de terminar una jornada laboral, no importa si fue pesada, ellos le esperan en el hogar con amor. Cuenta que siempre le dan la bendición y elevan oraciones para que regrese a casa sano y salvo.

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Aunque las alturas significan un riesgo para todas las personas, existe otro tipo de trabajos que requieren de especialistas que realizan operaciones que resultan difíciles de comprender, a veces pasan hasta desapercibidos, pero salvan la vida de los demás.

El caso de Christian Benalcázar, técnico en materiales peligrosos del Cuerpo de Bomberos Quito (CBQ), es el claro ejemplo. Junto con sus compañeros se encargan de atender las emergencias que se relacionen con sustancias químicas como líquidos, gases, entre otros.

QUITO.- Christian Benalcázar, capitán de la Unidad de Materiales Peligrosos del Cuerpo de Bomberos Quito, tiene dos hijos, uno de ellos quiere ser también bombero, como su papá y su abuelo. Foto: Alfredo Cárdenas.

Este grupo se encarga de evitar que el derrame de sustancias pueda afectar a la población, al medioambiente y bienes inmuebles. El bombero explica que su trabajo consiste en la verificación del lugar, identifican el tipo de riesgo que representa y definen los equipos especializados a utilizar para controlar las fugas o derrame de los materiales.

El traje de protección que conlleva un cuidado especial pesa 40 libras aproximadamente, a esto se suman las botas especiales que tienen un peso de 15 libras, el tanque de oxígeno aproximadamente 25 libras. Es decir, solo en uno de los trajes soporta más de 70 libras.

A esto se le suma el kit de herramientas para la emergencia, una caja de aproximadamente 150 libras que tienen que transportar en pareja, desde la zona de seguridad hasta el punto de la emergencia.

Carmela Ruales, de 84 años, necesita oxígeno todo el día, pero vive en zozobra porque la luz y agua llegan de medidor que comparten cinco casas

Christian tiene dos hijos, uno de 8 y otro de 4 años. Ellos son los más orgullosos de su padre, les encanta acudir a la estación.

De hecho, uno de ellos quiere ser bombero, le gusta hablar de emergencias con su padre, aunque él prefiere contar sobre los rescates de mascotas o finales felices, pues trata de evitar contar las emergencias con personas gravemente heridas o fallecidas que muy seguido tiene que afrontar.

“Cuando no tenía hijos, a uno no le preocupaba mucho el tema de las emergencias, salía, trabajaba, regresaba a casa sin problema. Pero cuando uno ya tiene una familia, cuando uno tiene un hijo, es más difícil, porque ya no se preocupa solo en el traje de seguridad, sino que se preocupa en llegar a casa a abrazar a los hijos y compartir un día más con ellos”, dice entre sonrisas, recordando que su padre fue bombero y que ahora él es ese ejemplo de sus hijos. (I)