Son muchos. Van a pie, van llorando. Subieron por la calle principal de Canoa. Son muchachos, madres, vecinos, amigos, familiares, que van del brazo, agarrados, sosteniéndose el uno al otro, con la misma tristeza con que hace apenas unos días iban al velatorio.

Son gente del pueblo, caminan tristes porque van rumbo a sepultar a la alcaldesa, a la que asesinaron hace tres días, en un domingo que nadie en ese San Vicente olvidará.

El cuerpo de Brigitte García, alcaldesa de San Vicente, estuvo toda la mañana en el patio de su casa. Allí la velaron. La despidieron.

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A las 13:30 la sacaron en hombros para llevarla al polideportivo de Canoa. En medio del sol, del sudor que a ratos se confundía con el llanto. Allí le rindieron homenajes. La lloraron, abrazaron sus fotos, las banderas de San Vicente. La despedida se había iniciado.

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José Mera, de 82 años, se levantó temprano para salir desde el centro de San Vicente, tomar un bus y llegar temprano al sepelio. Estuvo a las 12:30. Arribó a Canoa con su guitarra en brazos, para ver si le podía cantar en la despedida. Esa canción que entona el trío Los Panchos “Sin ti no podré vivir jamás y pensar que nunca más vivirás junto a mí”.

Y se la quería cantar entre llantos, aunque sabía que entre tanta gente seguramente no iba a poder hacerlo.

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“Qué dolor, oiga, con la niña Brigitte, yo siempre le decía así, la niña Brigitte, qué linda ella. La he llorado, la he lagrimeado. Elegante persona, muy querida”, expresa.

El cuerpo recorrió las calles céntricas de Canoa.

Desde el portal de su casa don Aurelio Palaguachi miraba pasar el féretro. Los mariachis tocaban una canción. A la letra de Mi viejo San Juan le habían cambiado algunas frases para aludir a Canoa y Brigitte. La gente lloraba al paso.

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Don Aurelio, apenas el ataúd se acercaba en hombros, no aguantó la pena, se llevó las manos al rostro, movió la cabeza de un lado a otro, como negando lo que estaba viendo, y se metió a su casa.

Clic, clic, clic, la gente y sus celulares. Fotos desde todos los ángulos. Todos quieren la última.

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En el polideportivo, el sacerdote trataba de consolar a la gente diciéndoles que Dios amaba tanto a Brigitte García que prefirió llevarla a su lado para que no se corrompiera. Que hay que estar tristes, sí, pero contentos también.

De camino al cementerio, el dolor era más fuerte. Allí va el féretro, allí va la alcaldesa más joven del país, con sus 27 años, con sus ganas de llevar agua a todo el cantón, se comentaba.

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Los familiares se acercan, los amigos son muchos, ninguno quiere irse sin decir adiós. No hay despedida sin empujones, sin buscar el consuelo en el hombro de gente que ni siquiera conocen. La gente llora, respira hondo, camina como puede. Llenaron el cementerio y se detienen al borde de las tumbas, se suben en ellas.

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Al llegar al cementerio sonaron las sirenas de los bomberos, sonó también la infaltable canción Amor eterno. La familia se acercó al féretro. Empezó a despedirse. Una tía de la alcaldesa se subió a una bóveda y dijo que ella estuvo en la posesión y ahora está aquí, dándole el adiós.

“La vi ese día con qué alegría, con qué emoción. Ahora, qué dolor tan grande invade a nuestra familia”, expresa.

La tía pidió un aplauso. Las palmas sonaron por al menos 20 segundos. “Este es el agradecimiento del pueblo. Espero la sepan recordar”, dijo.

El sepelio siguió. Un amigo oró por ella. Rider Leones, el albañil que le construyó la bóveda y que dijo que le iba a hacer la mejor de todas, cumplió su palabra. Llegó vestido de negro, con el rostro desencajado, minutos después empezó a sellar la tumba, una bóveda bonita, con cerámica, la mejor que ha hecho, tal y como se lo prometió a la “niña Brigitte”, a la alcaldesa. (I)