Sobre una mesa del área de Arqueología de la Universidad Técnica de Manabí (UTM) se esparcen decenas de restos humanos que datan de entre 1.500 a 2.600 años de antigüedad. Ese es el periodo en que se desarrolló la cultura Guangala a lo largo de poblaciones costeras como Chanduy hasta las cordilleras de Chongón y Colonche en Guayas y Paján en Manabí, según narran historiadores.

Esos restos fueron hallados de forma casual en el 2014, cuando el Municipio de Puerto López ejecutaba un proyecto de alcantarillado en la parroquia Salango.

Tras ese descubrimiento el arqueólogo Richard Lunnis solicitó al cabildo de esa ciudad que detenga la obra para rescatar el hallazgo, que eran entierros de humanos, para permitir nuevos estudios de una cultura que muy poco se ha analizado desde la cosmovisión o percepción de la muerte.

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Después del trabajo, que duró algunos meses en el lugar, se descubrieron dos fases de entierro en un tramo de 17 metros de excavación, ambas separadas por 60 centímetros de acumulación de capas de aluvión.

De acuerdo con Lunnis, los montículos conformaban dos grupos distintos de entierros humanos, normalmente eran de niños de 2 a 4 años. Pero lo interesante fue conocer la forma y lugar donde fueron sepultados.

“Lo interesante hasta este momento en esta parte del sitio, que eran santuarios, no había sido utilizado para enterrar a los muertos, únicamente la parte central debajo de una empresa de harina de pescado había tenido esa función y además para la fase Guangala en el centro del santuario no encontramos entierros de niños”, destacó Lunnis.

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Por ese motivo, de acuerdo con el arqueólogo, es preciso conocer la decisión de utilizar el perímetro norte que tuvo esta cultura (desplegado en el conocido periodo de Desarrollo Regional) en la zona de Salango, por qué tuvo esa visión de ubicar dos grupos de muertos, principalmente niños.

Para Lunnis, esta decisión pudo provocarse por la motivación o deseo de propiciar un reconocimiento en forma de ofrenda de los muertos a las fuerzas sobrenaturales, que desde la visión de los aborígenes habría provocado condiciones donde hubo una tasa de mortalidad infantil anormal.

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“Era un sitio ancestral, existe la posibilidad de considerar que era para comunicarse con los espíritus y parte de la función de los muertos en ese lugar tal vez era de funcionar como intermediarios entre la sociedad, sus antepasados y los espíritus del lugar, porque su acción (de fallecidos, según creencias de culturas aborígenes), no se termina una vez muertos, porque hasta en la muerte se tiene algo que hacer”, indicó Lunnis.

Los restos hallados pertenecen a unas 25 personas, 10 de ellas eran niños, que son objeto de análisis con las antropólogas forenses Sara Juengst y Abigail Bythell, de la Universidad de Carolina del Norte, que llegaron a esta ciudad gracias a un convenio entre la UTM y ese centro norteamericano.

Ese análisis previo, según Juengst, indica que hipotéticamente las causas de la muerte de los niños pudieron originarse por enfermedades como meningitis y tuberculosis. Esas habrían sido las causas de la muerte de niños de corta edad y la decisión de ofrendarlos a seres ancestrales, asegura Lunnis. (I)