Una mañana muy temprano, rayando el alba, Mashurca, el shuar más joven, de carácter alegre, muy ufano salió para el río y mientras se zambullía en las tranquilas aguas, bajando en la corriente del río se le presentó una hermosa ninfa, con vaporoso vestido y larga túnica como de novia que se perdía en la tenue neblina. Se quedó flotando en las aguas y le dijo que no temiera, ya que era una conocida diosa (Tzunky) buena, que solo venía a enseñarle a preparar la tradicional guayusa, cuyas hojas traía en sus torneados brazos y le entregó a Mashurca, dándole algunos consejos para su elaboración.