En los años sesenta el pensamiento político y social experimentó la necesidad de un cambio que por justicia permitiera mejores condiciones de vida a quienes no podían cubrir sus necesidades básicas y no tenían trabajo o laboraban en condiciones precarias. La revolución cubana, el Concilio Vaticano II y la Alianza para el Progreso apuntaban hacia allí, aunque con distintos orígenes ideológicos y metodologías.