“El doctor Livingstone, presumo” fue el memorable saludo del periodista y aventurero anglo-norteamericano Henry Stanley al gran explorador de África David Livingstone, que se suponía había muerto, al encontrarlo en la selva el 10 de noviembre de 1871. En la aldea de Ujiji, en la margen oriental del lago de Tanganica, donde solo había árabes pardos, traficantes de esclavos, y negros, resultaba como obvia la identidad del único blanco que podía habitar la región. La flema y el formulismo de la cortesía británica se impusieron para brindarle a los anales de la historia una de sus frases más célebres.