Llegar al glaciar del Antisana no fue fácil. Las temperaturas extremas y lo complejo del terreno hicieron que varios estudiantes dijeran “no más”; pero Susana Chamorro, docente investigadora de la Universidad Internacional SEK (Uisek), les daba ánimos, ya que lo que buscaban es vital para saber si el peligro para ese ecosistema se acelera.
Durante seis meses hicieron varias expediciones. En cada viaje subían 200 metros hasta llegar a los 5.400 metros. El objetivo era tomar muestras de crioconitas (huecos en el hielo) y diatomeas (microalgas unicelulares). En los glaciares de otros países o en la Antártida, estos huecos, debido a la radiación solar que cada vez es mayor debido al cambio climático, se van extendiendo y ayudan derretir los hielos.
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“Me pregunté si eso pasaba en los glaciares de Ecuador, y comenzamos con el Antisana, y sí encontramos crioconitas que son formadas por partículas de polvo (provenientes de desiertos, fuegos, quema de carbón y motores a diesel) y que son llevadas por el viento y se depositan cuando chocan con alguna barrera geográfica”, indica Chamorro.
Sin embargo, cuando se forman las crioconitas también se genera vida, ya que estos pozos de agua están compuestos de nutrientes y son el hábitat ideal para las diatomeas, que también son consideradas pulmones del planeta.
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“Si bien la bibliografía nos dice que en estas zonas con temperaturas extremas no hay mucha vida, nosotros rompimos ese paradigma, porque en el Antisana encontramos más de 1.000 diatomeas y entre ellas nuevas especies”, dice Chamorro.
Glaciares ecuatorianos tienen otra amenaza: los microplásticos
Estas microalgas son excelentes indicadores de la calidad del agua. “Si soy una diatomea de agua limpia y el líquido se empieza a contaminar, me voy”, señala Daniela Portilla, ingeniera en biotecnología y cuya tesis se desprendió de esta investigación cuando era estudiante de la Uisek.
Si bien estos huecos son negativos en la Antártida, esto todavía no se puede afirmar para el caso de Ecuador, dice Chamorro. “En la Antártida hay hielo y frío constante durante el invierno, y los estudios realizados confirman que estos depósitos son malos; pero al ser el Ecuador un país tropical todavía no podemos definirlo. Solo en uno de los días de monitoreo en el Antisana hubo frío, calor, nieve, hielo, es decir, la estacionalidad es diaria”, sostiene la docente.
En un ecosistema así puede ser que las crioconitas duren un día, ya que bajan las temperaturas y nuevamente se cubren de hielo, y al otro día si hay mucho sol vuelven a aparecer, complementa Portilla.
De confirmarse que las crioconitas son negativas para los glaciares ecuatorianos, habría una “contradicción”, ya que la presencia de diatomeas en estos depósitos, en cambio, es positiva. “Aquí nos vamos a encontrar con la idea de que hay que proteger la biodiversidad (nuevas especies de diatomeas), pero también hay que proteger los ecosistemas (glaciares)”, añade Chamorro.
Esta investigación forma parte de un proyecto más amplio denominado Índice biótico de calidad del agua para el Ecuador utilizando diatomeas como bioindicadores, en donde se vienen realizando estudios desde 2016, liderados por Chamorro, y cuyos resultados finales estarían en 2023.
Este índice será una herramienta efectiva para diagnosticar la calidad de agua y facilitará la toma de decisiones de instituciones como la Empresa Pública de Agua Potable de Quito y el Fondo del Agua para la Conservación de la Cuenca del Río Paute, quienes brindan apoyo a la investigación. En el proyecto participa la Universidad de León.
Ahora se recolectan muestras en el Cotopaxi, pero el equipo espera abarcar todos los glaciares ecuatorianos (faltarían Cayambe, Ilinizas, Chimborazo, El Altar y Carihuayrazo). En Ecuador se ha reducido en un 55,2% la cobertura de los glaciares en los últimos 60 años. (I)