A sus 98 años de edad, ya que nació en Catarama en diciembre de 1926, mi amigo el capitán Luis Subía recuerda que hasta hace pocos años pasaba la vida navegando las grandes lanchas con motores a gasolina que surcaban nuestro bello y caudaloso río Guayas y su afluente el Babahoyo.
Esas lanchas fueron muy útiles y famosas desde que se extinguieron los barcos a vapor con calderos de leña, que navegaron nuestros correntosos ríos desde 1840 —cuando se inauguró el icónico Vapor Guayas, que consta en nuestro escudo nacional— hasta aproximadamente 1940.
La dependencia del río fue siempre muy marcada por el enorme comercio en sus orillas, y los vapores hicieron grandes ganancias, sobre todo en el auge cacaotero de 1870 a 1920.
A los 12 años de edad, Luis Subía ya trabajaba en la lancha Alegría, cuyo capitán era Luis Ycaza y que transportaba a más de 100 personas entre Guayaquil y Ventanas, además de arroz, cacao, cueros.
Posteriormente, don Lucho Subía se graduó en la Capitanía del Puerto de Guayaquil e inició sus más de 60 años en el río como capitán de muchas lanchas, pero especialmente de la inolvidable Catarameña, de propiedad de su amigo don Estuardo Carvajal Huerta, aquella que salía con la marea de creciente tres veces por semana del muelle 8 del Malecón de Guayaquil rumbo a Catarama, y a veces más arriba de Ventanas, donde ya la navegación se complicaba por los embanques y playones del río.
El capitán Subía conversa con emoción sobre la enorme cantidad de lanchas de pasajeros y carga que surcaban nuestros ríos, tales como Envidia y Aurora, de propiedad de Luis Coello, que navegaban hasta Ventanas y Caracol.
Recuerda la Bola de Oro, de propiedad de don Manuel Eduardo Cucalón; la Norte América, en la que yo viajaba feliz rumbo a la hacienda Angélica y cuyo capitán era Luis Florencia Soto; y otras como la Violeta; La Unión; Adelina, de Pepe Jorgge; La Angélica, de los González-Rubio; Providencia; Laura la Elegante; la Valumosa; la Nueva Victoria, timoneada por el capitán Soriano; la Rocafuerte, de los hermanos Antonio y Bolívar Landívar con su capitán Pedro Casal; y por el golfo rumbo a Puerto Bolívar iba la famosa motonave Dayse Edith.
Todas estas lanchas tenían dos pisos, uno para los pasajeros, que iban la mayoría en peleadas hamacas o en bancos de madera, y que se distraían oyendo tríos de música y comiendo seco de pato y otros platos típicos antes de dormir, ya que las travesías nocturnas eran largas y a veces de más de ocho horas. En el piso de abajo estaba la bodega para el cacao y otros productos; por eso las lanchas olían a cacao.
Cuenta el capitán Subía que el tramo más peligroso de la ruta era la temida Vuelta de los Ángeles, a unas 4 millas de Guayaquil, rumbo a Babahoyo, en la parte más ancha del río, donde la correntada es siempre muy fuerte y donde el capitán gritaba a los pasajeros: “¡Agárrense!“, y hacía sonar el ”estrimbay” y los timbres, ya que en dicho sitio una vez naufragó una conocida lancha.
Refiere que, en los inviernos fuertes de antes, en la noche no se veía la orilla para dejar a los pasajeros, ya que todos los campos estaban inundados y solo se alumbraban con la luz de los relámpagos. En cambio, en los veranos el agua faltaba y algunas lanchas se varaban en el estero Lagarto, entre Babahoyo y Caracol, cerca de la hacienda La Hojarasca, y los pasajeros se bajaban a empujar la lancha para desembancarla, siempre con la ayuda de un famoso cazador de lagartos que vivía en dicha hacienda, al que apodaban Juan Diablo.
El capitán Luis Subía como alcalde de Catarama realizó grandes obras en su querido pueblo, donde todo el mundo lo recuerda con cariño y donde hemos quedado en ir a “recorrer los pasos” y seguir en la interminable conversa. (F)