Es increíble la cantidad de pensamientos que un ser humano puede experimentar en un día. Uno de los estudios más conservadores estima que el promedio es de alrededor de 6.000 en una persona joven. De este número, se calcula que 4 de cada 5 son negativos, y 9 de cada 10 son repeticiones de los que tuvimos el día anterior.
En la mayoría de los casos los desestimamos y pensamos en otra cosa. No llevamos la cuenta, pero se supone que hacemos esto muchísimas veces al día. Algunos pensamientos son invasivos, es decir, no voluntarios. Aparecen súbitamente y son repetitivos, de naturaleza negativa o perjudicial para uno mismo o para otra persona, por ejemplo, una madre joven temiendo, involuntariamente, hacerle daño a su bebé, o alguien manejando su vehículo teniendo la idea fugaz sobre qué pasaría si siguiera recto en la próxima curva, o alguien teniendo pensamientos sexuales inadecuados al estar cerca de alguien del otro sexo.
Aunque pueden ser molestosos, por lo general podemos hacerlos a un lado. Pero no todo el mundo puede hacerlo; en algunos casos, particularmente para quienes atraviesan por periodos de ansiedad o depresión, o sufren de trastorno obsesivo-compulsivo o de estrés postraumático, los pensamientos invasivos no son fáciles de eliminar y, al persistir en nuestra mente, nos afectan en nuestro diario vivir.
¿Existe el buen divorcio?, por el doctor Lenin E. Salmon
Admitiendo que a todos nos puede suceder en algún momento, la manera más eficaz de enfrentar los pensamientos invasivos (una vez que racionalmente los hayamos designado como tales) es no dándoles tanto espacio mental, sino tomarlos como uno de los varios miles de pensamientos que pasarán por nuestra mente ese día, e inmediatamente enfocarnos en algo que de verdad nos interese.
Una técnica sencilla es la trivialización del tema, ponerle mentalmente la etiqueta de “pensamiento intrusivo” o “spam mental”, darlo por recibido y continuar con cualquier otra ocupación mental o física. Si vuelve a ocurrir se debe repetir el proceso. A corto o mediano plazo perderá actualidad, su efecto se neutralizará. No conviene rechazarlo activamente porque equivale a tenerlo siempre presente. La intervención profesional es recomendable en cuadros complejos, con factores agravantes, en donde esté en riesgo el equilibrio emocional. (O)