Gracias a Tina Zerega llegaron a mis manos cuatro de los libros publicados por Universidad Casa Grande Ediciones: Saipucles, un caleidoscopio mental, de Jota Kintana; Historias sin sosiego, de Carlos Villafuerte; Cementerio de moscas, de María Paulina Briones Layana, y Memento Mori, de Héctor Bujanda, Gilda Orellana y la propia Tina.
El primero, de poesía. Los tres siguientes, de narrativa. Celebro que un centro de enseñanza superior apueste por la literatura. Los autores son docentes casagrandinos, nombres con un recorrido en la educación y en el quehacer cultural de Guayaquil.
El primero de los libros que he leído –pronto seguiré con los otros– es Cementerio de moscas, de María Paulina Briones, quien, a más de profesora universitaria (en Casa Grande y en la UArtes), es la creadora de la librería Casa Morada y del sello editorial Cadáver Exquisito; editora y entusiasta promotora de la literatura.
De este libro, el quinto de su autoría, si no estoy equivocada, me intrigó el título: “¿Y cómo es un cementerio de moscas?”, pensé. Pronto supe que se titula como uno de los cuentos que contiene la obra, integrada por diez narraciones y un prólogo firmado por el escritor Fabián Darío Mosquera. Se trata de un cuento en apariencia inocente, en el que la protagonista de la historia rememora una casa y un juego de su infancia para el que se valía de unas cajas de fósforos; y, a la par, relata algo doloroso y trágico, sucedido en la adolescencia.
Rememorar. En esa palabra está la clave de estas diez historias escritas por María Paulina Briones, que se abren con un epígrafe de la poeta estadounidense Anne Sexton. Son narraciones memoriosas, con un tono conversacional. Con olor a estero, a río y lechuguines. Con pincelazos de barrios como Urdesa o lugares como la Bahía. Aparecen Guayaquil o la playa. O programas y personajes de televisión setenteros y ochenteros. Son historias con sentido de pérdida. De incertidumbre. El recuerdo, la evocación, es acaso una forma de recuperar aquello que se ha perdido o se ha ido. O lo que permite, quizá, abrir la puerta hacia lo que permanece agazapado y duele, o no puede decirse a viva voz. Pero la memoria, sabemos, tiene límites.
En este libro los personajes tienen pesadillas. Sueñan. O padecen insomnio. O hablan de enfermedades. De fragilidad. O de muerte. Están aquí las huellas que dejó la pandemia. La soledad. La angustia. O sucesos inexplicables, crueles y de un terror en ciernes. Si tuviera que pensar en un color que acompañara estos cuentos, pensaría, tal vez, en el gris, aunque también encuentro en ellos, en ocasiones, el blanco. Hay espacios de luz, como una librería, “un lugar sin límites”, y la ilusión del amor, como en el cuento Passiflora incarnata. Pero la felicidad, como toda felicidad, es aquí apenas un instante. (O)