Estoy escribiendo estas palabras el primer día del mes de diciembre al cierre de la edición. Para los que trabajamos en comunicación, el momento es siempre una mezcla de sentimientos encontrados, pues lo que buscamos —especialmente los revisteros cada domingo— es traerles algo que nunca sea repetitivo o redundante. Y esto se dificulta con una celebración navideña en uno de los años más tristes que recuerda mi memoria.

Pero no quiero adentrarme en eso. La Revista es un poquito la extensión de cada uno de los que la hacemos, con el objetivo central de encontrar esas pequeñas cosas escondidas que hacen la vida más digna y fructífera. Allí la familia es lo central y estar juntos para celebrar nuestra humanidad permanente, grandes y pequeños.

Muchos se acercan más a la motivación religiosa, pero en mi corazón mediático es imposible en estos días desligarme de lo que sucede a mi alrededor y tratar de adivinar cómo podemos ayudar mejor a los que nos rodean. Esas tensiones en nuestras relaciones laborales y familiares tienen que desaparecer: no podemos continuar en convivencias de resentimientos y rencores guardados. La dinámica vivencial tiene que ser revitalizada en nuestro trabajo diario, con el gran esfuerzo de nunca hacerlo rutinario y que deje alguna huella de fuerza y confianza a los que tratamos. Este diciembre 2020 no puede vivirse de otra manera. Así como recargamos nuestros cells diariamente, conectemos los corazones al unísono.