No recuerdo en mi vida una experiencia igual. El distanciamiento social obligado y el encierro por la pandemia acarrean síntomas que van más allá de la claustrofobia inherente. Aquí habla un editor vulnerable, cuyo ritual diario era tratar con gente frente a frente durante años.

La tecnología actual nos rescata en el plano laboral, pero a muchos se nos hace oscura la vida sin esos contactos personales donde lo que nos mueve es la espontaneidad y una actitud supremamente frontal ante cualquier situación.

Cuando nuestra redactora Dayse Villegas nos trajo el tema de los introvertidos en el distanciamiento, el asunto desvela maneras de convivencia que podrían resultar inaceptables para muchas personas, en las que me incluyo. Pero la realidad de nuestros días pandémicos nos obliga a reenfocar los rituales diarios.

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Mientras escribo esto, cerca de mí está un nieto de diez años que creo está más consciente del problema que su propio abuelo, porque para él conectarse a una pantalla para socializar o compartir los juegos grupales es el pan de cada día. Junto al distanciamiento, las mascarillas que enjaulan sonrisas o penas, encubriendo nuestras emociones, también son otra vivencia muy triste. ¿El desfogue? En esta revista tenemos temas que tratan esta durísima realidad actual.

Entonces, esos amigos o compañeros introvertidos nos pueden dar unas pequeñas lecciones de supervivencia en momentos en los que lo importante es encontrar lucecitas.