Quienes lean esta nota se preguntarán: “¿Qué es eso de “Calilos” de que nos habla el periodista?“. Hay una explicación sencilla en la que se mezcla la ciudad vieja y nueva, la vida de barrio y la emoción de los recuerdos.

Nací en una época en la que Guayaquil todavía se medía en barrios. No en avenidas ni pasos a desnivel ni en centros comerciales, sino en esquinas, portales y voces conocidas.

Eran los años 50, cuando la ciudad parecía más pequeña, el mundo entero cabía en unas cuantas cuadras de tierra caliente y de gente que se saludaba por el nombre.

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La familia no terminaba en la puerta de la casa. Empezaba allí, sí, con padres y hermanos, pero se extendía hacia afuera como una mano que busca otra. El barrio era una prolongación natural del hogar: las risas de los vecinos se metían por las ventanas, las discusiones se escuchaban desde la vereda y la vida de todos nos pertenecía un poco a cada uno.

Los muchachos tenían diversiones baratas e inocentes: una pelota hecha con una media nailon de la abuela, rellena con retazos de tela, viruta y aserrín; un trompo con su piola y una bolsita de tela para las bolas con la que se jugaba al “pepo y trulo”.

Nada de televisión ni la parafernalia tecnológica que después alejó a los muchachos del portal y mató el diario clásico pelotero.

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Por las tardes, cuando el sol empezaba a bajar, las sillas salían a la vereda y los vecinos se reunían sin necesidad de invitación.

Los adultos hablaban de cosas que en ese entonces no entendíamos del todo —el precio del arroz, el clima, un alcalde que prometía arreglar lo que nunca arreglaba—, mientras los niños corríamos persiguiendo una pelota que había visto mejores días.

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Cada barrio tenía su clubcito que jugaba en las Ligas de Novatos y su nombre acogía, casi siempre, el de las calles del barrio: Luq San (Luque y Santa Rosa), Luq Mor (Luque y Morro) y Suc Boy (Sucre y Boyacá), de los que recuerdo.

Y así fue que hace setenta años nació Calilos (Calicuchima y Los Ríos). Eduardo Bustamante Torres —uno de sus fundadores— cuenta que un grupo del barrio, estudiantes del Vicente Rocafuerte, empezó a reunirse en el portal de la casa del Econ. Alberto Torres, aprovechando que al finalizar la construcción quedó sobrante un pilar de madera que tenía seis metros de largo que se situó en el portal.

En las diarias tertulias nació en 1955 la idea de formar un club social y deportivo. Aprovechando guantes y bates facilitados por la Dirección de Deportes del Vicente Rocafuerte empezaron a practicar béisbol practicando en el estadio del colegio y en el barrio.

En 1957, Diario EL UNIVERSO organizó el primer torneo interbarrial de béisbol y Calilos inscribió su equipo, que tenía como lanzadores a Roque Salcedo, Aurelio Torres y Arturo Zoeller, que llegó a clubes de primera categoría.

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Los receptores eran Ángel Bermeo y Eduardo Bustamante. Primera base era Juan Argenzio (+); segunda base, Alberto Torres, y tercera base, Pepe Ramírez. De paracortos jugaba Guillermo Medina. Patrullando los jardines estaban Aurelio Torres (pícher relevo y jonronero), Víctor Aguirre (+) y Vicente Alarcón. El director técnico era el gran beisbolista Alfredo Bengoechea (+).

Mi amistad con Bustamante y Argenzio (mis compañeros de aulas vicentinas) y con Aguirre y Medina (nadadores con los que integraba la selección del Rocafuerte) me permitió sumarme al equipo en mi corta y anónima carrera de beisbolista.

Calilos cumplió una gran campaña y llegó a la final con Barrio Orellana, la que perdió estrechamente. Pero el club no solo practicó béisbol. En natación tuvo dos grandes representantes: Víctor Aguirre y Guillermo Medina fueron seleccionados nacionales de natación y campeones grancolombianos en 1958 y 1959.

Ambos fueron también jugadores de nota. Medina jugó en Norteamérica como volante y fue seleccionado a un torneo preolímpico. Aguirre fue zaguero central de LDU de Guayaquil.

Calilos no abandonó nunca el deporte. Cuando los fundadores dejaron la práctica activa, la continuaron sus hijos, quienes fueron varias veces campeones en torneos federativos de sóftbol.

Y tampoco terminó con ellos la vida de Calilos: la han continuado los nietos, en cuya clase sigue vigente la vida del barrio. Este fin de semana, en el diamante de Miraflores, disputarán la final de sóftbol, y la siguiente pelearán la corona de béisbol.

Hace unos días, en el campo deportivo de Las Acacias, se reunieron las tres generaciones de Calilos para celebrar los setenta años del nacimiento del club.

Se mezclaron para jugar un partido de sóftbol, pero antes del encuentro hubo un instante muy emotivo: un episodio ceremonial en que el zurdo Aurelio Torres lanzó la bola. En la caja de bateo estaba Alberto Torres, que se mandó un hit que impidió que el cácher Eduardo Bustamante atrapara la píldora.

Gratos momentos de fraternidad en que hubiera querido estar presente para rememorar esas jornadas de batazos y fildeo que viví con la gallada de Calilos hace 68 años. Otra vez será, como dijo Leonardo Favio. (D)